Bajo una terrible nevada, un hombre avanza con dificultad por el camino que conduce al pequeño pueblo de Iping, a las afueras de Londres. En la taberna del pueblo todo el mundo ríe, juega a los dardos y toma un trago para pasar el rato, hasta que la puerta se abre de repente y aparece un hombre con el rostro completamente vendado, luciendo unas gafas de sol y que pide una habitación solitaria donde nadie le moleste. Los rumores entre los habitantes del pueblo se disparan, creyendo algunos que es un fugitivo de la justicia mientras otros abogan por opinar que se trata de alguien que ha sufrido un terrible accidente. Nada más lejos de la realidad, pues el desconocido no es otro que el Dr. Jack Griffin (Claude Rains haciendo un gran papel y que solo podemos apreciar a través de su voz, por lo que la VO es imprescindible para disfrutarlo), un eminente investigador que tras meses de laborioso trabajo ha conseguido lo que parecía imposible, un elixir que otorga la invisibilidad y que ha utilizado consigo mismo. Lo que desconoce el Dr. Griffin es que una de las sustancias que ha usado para el experimento tiene como efecto secundario el provocar la locura. Su prometida Flora (Gloria Stuart), y el investigador para el que trabajaba el Dr. Griffin (el padre de Flora) intentarán localizarle para advertirle del peligro que corre al haber ingerido esa terrible sustancia antes de que sea demasiado tarde.
Esta película la tenía grabada en VHS y la había visto un montón de veces de pequeño, y siempre al acabarla tenía una sensación de satisfacción de haber disfrutado de una cinta que sabía hacer creíble la presencia de ese hombre invisible a pesar del año en que fue rodada.
La revisión que le he hecho no ha cambiado en absoluto mi percepción de una película que siempre he tenido mitificada. Nos cuenta en poco más de una hora todo lo necesario para crear un clásico imperecedero del terror de los años 30, sin dejarse nada, pero yendo al grano y sin alargar de forma innecesaria escenas y situaciones que poco más habrían aportado al film.
El director, James Whales consiguió una muy buena adaptación de la novela de H.G. Wells, sumando un nuevo éxito para los estudios Universal tras El doctor Frankenstein (1931), la menos reconocida El caserón de las sombras (1932) y que completaría a posteriori con La novia de Frankenstein (1935), casi nada...
Siempre se han destacado los excelentes efectos especiales de esta producción, y no hay para menos, pues con los medios técnicos que había hace 80 años es de agradecer que los trucos visuales usados tanto para mover objetos en presencia del hombre invisible como las escenas en que este se desviste total o parcialmente no dejen de sorprendernos agradablemente hoy en día, y seamos justos a la hora de valorarlos por lo que significaron entonces.
A nivel de guión la historia se completa con la historia de amor del protagonista con Flora y que como suele ser habitual en las producciones de la época, suele acompañar a los personajes atormentados (El Doctor Frankenstein es otro claro ejemplo en este sentido), buscando su redención y dirigirles de nuevo por el buen camino.
Toda la historia goza de un ritmo admirable, sabiendo alternar incluso alguna escena cómica de por medio en contraposición a las de los ataques perpetrados por el maléfico hombre invisible o las argucias que se inventa la policía para poderle localizar, logrando mantener la tensión hasta el final.
H.G.Wells fue sin ningún género de dudas uno de los mejores escritores de ciencia ficción y casi podríamos decir que el precursor de este género, pues sus obras más reconocidas datan de antes del año 1900 (La guerra de los mundos, La máquina del tiempo, La isla del Doctor Moreau o la que estamos tratando aquí). Una de las grandes obsesiones que le corroyeron durante toda su vida era ni más ni menos el peligro de la extinción humana a manos del propio hombre, y en algunas de sus obras se reflejan estos pensamientos. Sin ir más lejos, El hombre invisible hace un llamamiento a anteponer la ética a los descubrimientos científicos... lo que poco podría imaginar H.G.Wells es que una de sus historias, donde acuñaba el término "bomba atómica", serían una fuente de inspiración para uno de los científicos que ayudarían a crear la temible bomba que arrasaría la ciudad de Hiroshima o Nagasaki.
Ha habido versiones recientes del mito del hombre invisible tanto en la pantalla grande (El hombre sin sombra, en el año 2000 con Kevin Bacon, que dejaba mucho que desear a nivel argumental, pero que tenía unos muy buenos efectos especiales) y en formato de serie en el mismo año, bajo el título El hombre invisible y que adaptaba mucho más libremente el clásico de Wells.
Por mi parte me quedo con el original, un clásico que mantiene intacta su magia y que recomiendo a todos.
Clásicazo, y no te olvides de la fallida versión que realizó John Carpenter con el angustioso Chevy Chase en el 92, Memorias de un hombre invisible, que no venía a cuento en su filmografía y es un borrón en su extraña carrera.
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