lunes, 20 de junio de 2011

ADIVINA QUIÉN VIENE ESTA NOCHE (1967)

Deliciosa y muy agradable película que incita como pocas al debate sobre el racismo, con una elegancia y coherencia inagotables y que cuenta con un reparto de auténtico lujo, Spencer Tracy, Katharine Hepburn y Sidney Poitier.
Joey es una chica de 23 años que se ha enamorado perdidamente de un médico famoso en una breve estancia en Hawaii. Dicho médico, de 37 años y un pasado familiar bastante agrio, también cae hechizado por la joven. Todo es perfecto menos en una cosa, él es negro.
Joey no parece entender los posibles enredos que eso pueda provocar y se envalentona a llevarlo a casa de sus padres, ya que aunque sólo hace 10 días que se conocen, ya piensan en casarse. Los padres de la chica, (unos impresionantes Tracy y Hepburn, no sé quién me gustó más..) pasarán por diferentes fases al enterarse de la noticia, sorpresa, enfado, negación, y tal vez luego, aceptación.
Si a eso se le suma la inesperadísima visita por parte de los padres de él a cenar, el contencioso está servido.
En primer lugar, sería inapropiado etiquetarla como una comedia, porque algunos toques irónicos (excelentes, por cierto) no buscan en ningún momento priorizar la clave cómica. Tampoco se le podría denominar drama, por su comedido tratamiento del argumento y un considerable respeto en todas y cada una de sus argumentaciones, sin rozar el lagrimal. Así que, siendo inclasificable como es, se erige como una de las más coherentes e inteligentes obras de Stanley Kramer, excepcional la mires por donde la mires y soberbia en su tratamiento de los diálogos, todos para quitarse el sombrero.
Las conversaciones, reflexiones, opiniones y excusas de todos los personajes durante el metraje se hacen desde el respeto, con una fantástica objetividad y un encomiable sentido de lo correcto que agradecemos desde nuestros adentros.
Significaría el testamento cinematográfico del titán Spencer Tracy, que fallecería 17 días después de haberla terminado (de hecho, estaba ya muy enfermo y rodaba la mitad de tiempo que los demás, que hacían tomas dobles, con él y sin él, por si no llegaba a acabarla, dato muy cruel, pero cierto).
En la escena del soliloquio del señor Drayton (Tracy) al final de la película, podremos observar como su querida Katharine llora al escucharlo (y no porque actúe, sino que lloraba de verdad) y que nos demuestra lo afectada que se sentía por la inminente pérdida de su compañero sentimental en la vida real..
La propia Hepburn ha confesado que es incapaz de ver el film entero, ya que le resulta demasiado doloroso (ahora con su reciente muerte en el 2003, jamás lo verá de nuevo). Pero sí nosotros, que saldremos de su visionado reconfortados y agradecidos por tan espléndido trabajo actoral y ese interminable recital de inteligentísimas conversaciones que explican la increíble diferencia entre aquellos guiones de antaño, tratados con cariño y humildad, hasta los actuales, carentes de personalidad y atropellados en su mayoría. Contiene además situaciones muy curiosas, como la encarecida oposición de la chacha de los Drayton, una mujer de color, que se demuestra contrariada con su raza o el sacerdote bebedor, que se autoinvita al convite generando buenas conversaciones.
No hay fisura en este film, al menos de considerable importancia, que deba desenpolvar, ya que me ha parecido muy sustancial, con un aspecto crítico irrefutable y con un conocimiento de causa enmudecedor. Una obra maestra para el que aquí escribe.
Ganaría dos estatuillas, de mejor actriz para la Hepburn y el de mejor guión original (era obligado), pero estaba nominado para 10 de ellas. Toda una hazaña para una película de esta envergadura.

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