miércoles, 8 de junio de 2011

PERVERSIDAD (1945)

Christopher Cross (Edward G. Robinson), un cajero infelizmente casado, está celebrando con sus compañeros su 35º aniversario al servicio del Sr. J.J. Hogarth (Russell Hicks) en el banco que éste posee.
El respeto que todos tienen por el bueno de Chris se hace patente, y la honradez y buen hacer durante todos esos años le han hecho ganarse su admiración. Durante la fiesta, su jefe se marchará acompañado de una despampanante joven que despertará una cierta enviada en Chris, quien vive una vida anodina. Ya de madrugada y regresando a casa algo contentillo, se encontrará con una escena en el que una chica parece estar siendo atacada, y con su oportuna intervención hará huir al presunto agresor. Enamorado casi al instante de la joven Katharine March (Joan Bennett), se ofrecerá a acompañarla hasta su casa y compartirán una copa en un bar cercano. Durante la conversación Chris ocultará su oficio de cajero diciendo que es un pintor de relativo éxito con la esperanza de impresionar un poco a Katharine, cuando en realidad es un mero hobby de fin de semana.
Más tarde, cuando Katharine esté en su casa y llegué el buscavidas de su novio, Johnny Prince (Dan Duryea), entre ambos tramarán un plan para sacarle dinero al que creen un exitoso pintor. Katherine sabrá ganarse poco a poco los favores de Chris, poniendo a éste en un dilema moral sin igual...
Esta es una de las mejores películas de género negro de todos los tiempos, y no es una exageración. Desde el primer momento la película te atrapa para irte metiendo en una espiral cada vez más y más profunda hacia una segura perdición, pues tienes la certeza de que esta historia no puede acabar bien.
La actuación del trío protagonista es impresionante, Edward G. Robinson (actor por el que tengo una gran admiración) consigue recrear a la perfección la personalidad de un pobre hombre que cae impotente en manos de una mujer como pocas ha habido en el cine, una Joan Bennett estupenda que siendo una femme fatale, no digo que no, no sigue los cánones típicos de estos personajes, pues ella a la vez es víctima del amor que siente por Johnny Prince, mente maquiavélica del film y quien dirigirá con maestría a Kitty para ir exprimiendo a su víctima, sacarle todo el provecho posible y aún así tener cualquier excusa para despreciarla, insultarla o pegarle. Un triángulo de actores que funciona de maravilla desde el inicio al final de la película y que nos dejan pasmados con sus personajes.
El guión es igualmente loable, muy bien estructurado, no deja nada al azar y como suele decirse, todas las piezas encajan a la perfección para que el resultado final deje un regusto tan y tan bueno. No quiero alargarme mucho más en cuanto a la historia en sí, el riesgo de contar algunas cosas que deberían descubrirse mientras uno la está viendo es bastante grande y por ello lo dejaremos aquí.
Detrás de las cámaras está Fritz Lang y eso es una garantía como pocas a la hora de dirigir de una forma casi perfecta. Director que tuvo la gran versatilidad de saber adaptarse al cine sonoro y trasladándose a América para seguir rodando, habiendo empezado en los años 20 en Alemania con el cine mudo y expresionista. Es impresionnte que tanto en su fase alemana podamos encontrar títulos míticos e inolvidables del cine como Metropolis, M el vampiro de Dusseldorf, El Doctor Mabuse, Los Nibelungos o Spione; y también en su fase americana tiene títulos que son obras maestras como Furia, La mujer del cuadro, Los verdugos también mueren o esta que estamos comentando hoy, entre muchas otras. Lang se merece un monográfico y con el tiempo lo haremos en el blog.
Mientras tanto os aconsejo que os dejeis tentar con esta propuesta, seguro que no os va a decepcionar y descubrireis una película que no ha envejecido nada y sigue teniendo la misma fuerza y vigencia que cuando se estrenó.


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