Situados una vez acabada La Segunda Guerra Mundial, la comisión de crímenes de la guerra está tras la pista de uno de los nombres claves que idearon el genocidio perpetrado en los campos de exterminio nazis, sin embargo no hay ninguna pista para averiguar el paradero actual de Franz Kindler, quien de forma muy inteligente supo borrar toda pista que pudiera relacionarle con estos hechos y tras la caída del Tercer Reich, sigue en paradero desconocido. De la mano de Wilson (Edward G. Robinson), uno de los agentes de la comisión, deciden poner en marcha un plan desesperado como último recurso para intentar encontrarle: liberar a otro criminal nazi con la esperanza que éste acabe por contactar con su antiguo jefe y así poder detenerle y juzgarle como se merece. De esta forma liberan a Maineken y le siguen la pista primero desde Europa hasta Sudamérica, donde se desplaza para conseguir la dirección actual de Kindler y posteriormente a los Estados Unidos, donde pretende poderle transmitir un mensaje del Alto Mando Alemán (aunque esto no me convenció, al no tener demasiado sentido al ya haber sido derrotados por los aliados). Su llegada a la pequeña ciudad de Harper pone en alerta tanto a su perseguidor como al buscadísimo Kindler, quien no tarda en intuir lo que parece un astuto plan para capturarle y no duda en deshacerse de la única persona que podría identificarle. A partir de este instante empieza un juego del gato y el ratón, donde Kindler busca de forma desesperada permanecer en el anonimato, mientras que Wilson apura sus opciones de desenmascararlo de entre toda una serie de respetados ciudadanos. No voy a ser yo quien descubra las virtudes de todo un Orson Welles, quien tanto en el plano actoral como en el de la dirección fue un monstruo, dejándonos toda una serie de obras que ya forman parte de la leyenda del cine. Títulos emblemáticos como Ciudadano Kane, Sed de mal, El cuarto mandamiento o El proceso, por citar algunas, deberían ser citas ineludibles para todo aquel cinéfilo que se precie.
Pero todo genio tiene sus obras menores, y la que tenemos hoy entre manos sin duda lo es; todo y tratarse de una más que correcta película, notable en algunos de sus aspectos, en otros no es todo lo redonda que se presumía en un inicio y eso ha hecho que se me haya quedado un tanto corta de lo que esperaba de ella. Su arranque es muy prometedor, con la liberación de Maineken y toda una serie de planos en los que se juega con las sombras o ciertos obstáculos que no nos permiten ver la cara de Wilson, encarnado magníficamente por un Edward G. Robinson que siempre fue una garantía en todo tipo de papeles, y del que solo vemos la pipa que fuma (esto promete...). La intriga inicial muy bien llevada en su tercio inicial sabe generar tensión (la escena del bosque, por ejemplo), pero poco a poco va perdiendo fuelle y diluyéndose por culpa de un guión que presenta algunas lagunas que la acaban por lastrar en su desarrollo y resolución (la manía de arreglar relojes sobra, siendo demasiado evidente y simple). El propio Welles siempre renegó de esta obra catalogándola como su peor película, por un lado comentando que no puso demasiadas ganas en su elaboración (se desentendió del todo del guión, que acaba siendo lo principal en una película y el apartado más flojo aquí), así como una queja hacia el montaje final que presentó la productora en el que según decía se habían eliminado escenas claves para entender su desarrollo.
Quizás sea verdad, pero lo que está claro es que si nos ponemos a sacar punta al lápiz y uno se detiene a pensar detenidamente todo lo que va ocurriendo, ve que algunos hechos se suceden sin demasiada lógica o congruencia con lo acontecido anteriormente. ¿Faltan escenas que nos harían cambiar esta percepción? Quien lo sabe, la única realidad es la edición en DVD no contiene ningún extra de "escenas eliminadas" o alguna mención a todo ello, cosa nada sorprendente, pues ya estamos más que acostumbrados a ediciones no sencillas, sino muy pobres en cuanto a sus contenidos adicionales. Por todo ello me sorprende enormemente su nominación a los Oscar en el apartado de mejor guión...
A pesar de todo lo comentado hasta ahora, ni que decir que la película
tiene sus aciertos y virtudes, por lo que acaba siendo un más que correcto entretenimiento,
se nota que quien está detrás de las cámaras es un artista, desganado
tal vez en esta ocasión, pero deja claras muestras de su clase con un
buen uso de la cámara, unos picados y contrapicados en la torre del
reloj notables, y algunos buenos diálogos como el de la cena o ciertos
momentos que saben crear expectación y tensión en el espectador.
Por otro lado los actores están francamente bien, además de Edward G. Robinson, el propio Orson Welles sabe darle la réplica con una actuación que sí está a la altura de su capacidad, haciendo que los momentos que comparten en pantalla estén logrados, aunque uno se da cuenta de que se podía haber sacado mucho más de su duelo.
La temática de la película debe verse como una consecuencia lógica y oportunista del fin de la guerra y el inicio de los Juicios de Nurenberg, en el que los responsables de la barbarie nazi fueron llevados ante los tribunales para responder de sus actos. Así pues es fácilmente entendible que la RKO decidiera encargar este trabajo a Welles, sabedores que todo y siendo un proyecto de bajo presupuesto, el público iba a estar receptivo a films que dieran caña a los nazis con la persecución de los que habían logrado huir de la justicia.
Siendo un título que no está a la altura de su director, sirve perfectamente como una buena distracción, pues sus escuetos 90 minutos no permiten que se nos llegue a hacer larga en ningún momento. Una lástima que Welles no pusiera aquí todo su empeño, pues seguro que habríamos tenido entre manos otra gran obra que sumar a su larga lista.
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