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lunes, 3 de diciembre de 2018

NOVEMBER (2017)

Tras el visionado de "November" (pre-candidata por Estonia a los Oscars 2018), abandoné la sala algo confuso, casi aturdido, con una extraña sensación de agotamiento psicológico por no haber comulgado del todo con su rarísimo discurso humorístico-folclórico, ubicado en parajes incómodamente inhóspitos, algunos casi de pesadilla.
Basada en el supuesto best-seller "Rehepapp", de Andrus Kivirähk, el film en mi opinión tiene un plus de complejidad fuera de sus fronteras, y al menos a mí, se me hizo cuesta arriba no sólo terminarla, sino también llegar a conectar con ella u obviamente entenderla del todo.
La historia de amor imposible entre una aldeana estonia y un joven que no la corresponde, todo dentro de un contexto mágico (ella recurre al ocultismo para conquistarlo), surrealista, en medio de un ambiente pagano y enfermizo, parece razonablemente atractivo. Si además se nos anuncia como una mezcla de comedia absurda, magia negra, hombres lobo y dueña un retorcido nihilismo, todo parece encajar.
Pero algo descarrila, quizás por su incomprensible arquitectura narrativa (funciona más bien a trompicones), su empeño en ser diferente o sacrificando un maravilloso uso de la fotografía en blanco y negro para explicar demasiadas cosas mal iluminadas (una lástima) y sin explotar del todo un sinfín de posibilidades.



No se le puede negar una carga dramática muy peculiar, de un romanticismo patético, y una reflexión divertidísima sobre las almas en pena que vagan por el bosque, y que a veces se instalan en objetos o animales. Todo ese conjunto de factores funciona, pero solo un rato, concretamente en su genial escena inicial, que nos auguraba quizás una obra maestra, ya que finalmente no se sostiene durante sus casi 2 horas de metraje (que nos parecen el doble en su tramo final).


En resumen, una película compleja, singular, bizarra, divertida a ratos y extrañamente atractiva, pero sin duda agotadora y desquiciante, que irá muy a gusto del espectador, y que será tan odiada como adorada, sin escala de grises. Entenderé al que la considere una obra maestra, pero empatizo más con el que la considere caprichosa y ensimismada de sí misma, más vacía de lo que aparenta.

lunes, 19 de noviembre de 2018

TRAGEDY GIRLS (2017)

"Patchwork", ópera prima del canadiense Tyler MacIntyre (y que pudimos ver en el Nocturna 2015), fue una producción sin demasiados recursos, algo desajustada de tono y que arruinaba una premisa argumental con posibilidades. En 2017, con su "Tragedy Girls", Macintyre parece querer prolongar ese "espíritu feminista" del que hizo gala, trasladando a un género en exceso masculino un aire fresco de antagonismo sociocultural, para darle así un (imagino) personal giro de tuerca, además de reafirmarnos su orientación sexual.
Eso se traduce pues en protagonistas chicas, a menudo ingeniosas y locuaces, con planes locos, siempre muy guapas (eso me despista con lo del tono feminista...), que asesinan y luego descuartizan lo que se tercie. Y si son chicos descerebrados del colegio, pues mejor que mejor.
La buena noticia es que esta vez, el sensible de Tyler sí ha dado con la tecla y ha conseguido reformular adecuadamente el juguetón splatter de instituto, con una esencia entre "Scream" y "The Final Girls" que no sólo funciona en su cometido, sino que divierte más de lo esperado y redime, además de dar un mínimo de coherencia a su fallido filme previo.
La trama se centra en la obsesión de dos chicas de Instituto por ser "influencers" en las redes sociales (lo que antes era "ser populares" pero ahora en su versión millennial), llegando a límites impensables cuando deciden secuestrar a un asesino en serie para que sea su maestro y les instruya en el perverso arte de matar. Lógicamente, el asunto se les va de las manos y los cadáveres se van acumulando.


A pesar de lo que pueda parecer, y más allá de la colección de muertes atroces con bromas para destensar, diálogos irónicos y culitos respingones de cheerleaders, se esconde una inteligente y muy bien montada alternativa del manido terror juvenil, con una lucidez y desparpajo en el género muy de agradecer, y nada complaciente consigo misma, llegando a lograr su principal pretensión, hacernos pasar un rato muy divertido.


Le auguro una modesta distribución y una silenciosa acogida crítica, pero para un servidor se trata de un acierto en toda regla, un film alentador con algunas muy buenas ideas de por medio (ese juego con el sonido extradiegético, la desmitificación de los tópicos canónicos), y sólo aquejada de un final inadecuado a la vez que sorprendentemente previsible más un empacho de nuevas tecnologías, que a quien peina canas ya le cansa bastante. Por lo demás, un aplauso para el canadiense.

miércoles, 31 de octubre de 2018

LA CASA DE JACK (2018)

Cargada de polémica como es ya habitual, la nueva película del danés Lars Von Trier, "The House That Jack Built" (titulada aquí sin muchos rodeos "La Casa de Jack"), se proyectó en un Auditori hasta los topes, con todos absolutamente dispuestos a entrar en su singular universo metafísico, y comprobar si el público que en Cannes abandonaba la sala hace pocos meses, indignados por la crudeza del contenido, tenía razones de peso o no.
Debo reconocer que no soy demasiado entusiasta con el cine que ha planteado hasta ahora Trier, ya sea porque me agotan sus reflexiones pedigrí, siempre surfeando con arrogancia entre referentes culturales y buscando la impertinencia creativa, o por esa manera de concebir el séptimo arte, queriendo romper con los fundamentos clásicos, tratando sin descanso de convertir su lente en una mirada irritante, tan personal y solemne que el público dificilmente logra conectar para poder disfrutarlo. Insisto, quizás sea yo el tipo de espectador incapaz de apreciar su genialidad, aunque también creo que pertenece a un tipo de cineasta siempre necesario, por esa inquietud de quebrantar opiniones, sacudir al gremio crítico y representar un grado de insolencia que a veces hace crecer este arte, pero que personalmente no había sabido disfrutar... Hasta hoy.
El cineasta escandinavo nos lleva de la mano de Jack (excelente y omnipresente Matt Dillon), un asesino en serie con estudios en ingeniería y afectado de TOC (trastorno obsesivo compulsivo), en un viaje de 12 años donde repasa sus diferentes homicidios, siempre desde su perspectiva altisonante, pues para él son un conjunto de obras de arte creativas que, a diferencia de los demás, sí es capaz de apreciar como tales. Lógicamente, la inevitable aunque lenta intervención de las autoridades obligará a Jack a ir cada vez arriesgando más, tratando de lograr su obra maestra absoluta.


Inundada de referencias de toda índole (desde los poemas infernales de Dante a Bob Dylan), la mefistofélica película de Von Trier, dividida en una suerte de capítulos, pues en origen se trataba de una serie televisiva, se disfruta por una compleja, quirúrgica y hasta brillante combinación de factores. Por un lado, consigue que las víctimas merezcan tamaño desenlace final, pues desde el punto de vista hábilmente distorsionado que se nos muestra, el que percibe Jack, aunque violento y siniestro, parece razonablemente justo.
El estudio psicológico tan detallado, inteligente y efectivo del psicópata (sus pulsiones, pensamientos íntimos, visiones..) obliga a empatizar con él, por lo que enfocaremos por fuerza el escabroso asunto y sus hemoglobínicas consecuencias con un negrísimo sentido del humor, para mí lo mejor del proyecto, y que compensa algunos de los violentísimos y horripilantes asesinatos, equilibrando la balanza de nuestra percepción.



También merece mención especial la media docena de analogías estupendamente hilvanadas (la historia animada de las farolas y las sombras o la medular de la casa, por ejemplo), que sin duda enriquecen y construyen una de las mejores películas sobre mentes desquiciadas que yo recuerdo, sin que el eje central, por lo general desde el punto de vista del policía o investigador, lo dibuje como un simple monstruo descerebrado.
No podemos hablar de obra maestra, pero sí de una de las películas más acertadas del cineasta nórdico, que aquí demuestra experiencia, sabiduría y una alta capacidad de adaptación al medio, pues parece haber encontrado esa fina línea donde lo autoral  y lo comercial convergen y se enriquecen mutuamente, como en su día Hitchcock nos mostró.

viernes, 12 de octubre de 2018

FESTIVAL DE SITGES 2018: LUNES 8 DE OCTUBRE (DÍA 5)

Cargada de polémica como es ya habitual, la nueva película del danés Lars Von Trier, "The House That Jack Built" (titulada aquí sin muchos rodeos "La Casa de Jack"), se proyectó en un Auditori hasta los topes, con todos absolutamente dispuestos a entrar en su singular universo metafísico, y comprobar si el público que en Cannes abandonaba la sala hace pocos meses, indignados por la crudeza del contenido, tenía razones de peso o no.
Debo reconocer que no soy demasiado entusiasta con el cine que ha planteado hasta ahora Trier, ya sea porque me agotan sus reflexiones pedigrí, siempre surfeando con arrogancia entre referentes culturales y buscando la impertinencia creativa, o por esa manera de concebir el séptimo arte, queriendo romper con los fundamentos clásicos, tratando sin descanso de convertir su lente en una mirada irritante, tan personal y solemne que el público dificilmente logra conectar para poder disfrutarlo. Insisto, quizás sea yo el tipo de espectador incapaz de apreciar su genialidad, aunque también creo que pertenece a un tipo de cineasta siempre necesario, por esa inquietud de quebrantar opiniones, sacudir al gremio crítico y representar un grado de insolencia que a veces hace crecer este arte, pero que personalmente no había sabido disfrutar... Hasta hoy.
El cineasta escandinavo nos lleva de la mano de Jack (excelente y omnipresente Matt Dillon), un asesino en serie con estudios en ingeniería y afectado de TOC (trastorno obsesivo compulsivo), en un viaje de 12 años donde repasa sus diferentes homicidios, siempre desde su perspectiva altisonante, pues para él son un conjunto de obras de arte creativas que, a diferencia de los demás, sí es capaz de apreciar como tales. Lógicamente, la inevitable aunque lenta intervención de las autoridades obligará a Jack a ir cada vez arriesgando más, tratando de lograr su obra maestra absoluta.

Jack en su siniestra cámara frigorífica
Inundada de referencias de toda índole (desde los poemas infernales de Dante a Bob Dylan), la mefistofélica película de Von Trier, dividida en una suerte de capítulos, pues en origen se trataba de una serie televisiva, se disfruta por una compleja, quirúrgica y hasta brillante combinación de factores. Por un lado, consigue que las víctimas merezcan tamaño desenlace final, pues desde el punto de vista hábilmente distorsionado que se nos muestra, el que percibe Jack, aunque violento y siniestro, parece razonablemente justo.
El estudio psicológico tan detallado, inteligente y efectivo del psicópata (sus pulsiones, pensamientos íntimos, visiones..) obliga a empatizar con él, por lo que enfocaremos por fuerza el escabroso asunto y sus hemoglobínicas consecuencias con un negrísimo sentido del humor, para mí lo mejor del proyecto, y que compensa algunos de los violentísimos y horripilantes asesinatos, equilibrando la balanza de nuestra percepción.
También merece mención especial la media docena de analogías estupendamente hilvanadas (la historia animada de las farolas y las sombras o la medular de la casa, por ejemplo), que sin duda enriquecen y construyen una de las mejores películas sobre mentes desquiciadas que yo recuerdo, sin que el eje central, por lo general desde el punto de vista del policía o investigador, lo dibuje como un simple monstruo descerebrado.
No podemos hablar de obra maestra, pero sí de una de las películas más acertadas del cineasta nórdico, que aquí demuestra experiencia, sabiduría y una alta capacidad de adaptación al medio, pues parece haber encontrado esa fina línea donde lo autoral  y lo comercial convergen y se enriquecen mutuamente, como en su día Hitchcock nos mostró.

J.A.

Atraído más por la comodidad horaria que por un interés específico, me acomodo en la butaca del Retiro para tratar de deleitarme con "Legend of the Demon Cat (Kuukai, 2017)", una co-producción chino-japonesa de corte histórica y generoso metraje, la cual incorpora elementos fantásticos y que, salvando las obvias distancias estético-culturales, se decía era deudora del estilo Sherlock Holmes.
Pues bien, lo cierto es que una vez dejas de asombrarte por la sugerente aunque inocua y muy estudiada belleza de sus encuadres, todos impecables hasta el delirio, sus milimétricas vestimentas de época o su clásico dinamismo teatral (los actores se mueven rígidos, casi como si estuviesen en un tablero), y pensamos en despojar la película de sus aparentemente fabulosos aspectos formales, descubrimos que nos queda un relato algo raquítico, seguro basado en alguna leyenda milenaria intocable por esos lares, pero carente de mayor entidad más allá de jugar a enseñar valores de parvulario.
Impacta comprobar como, en una impecable paleta de colorido visual tan de quirófano, incomprensiblemente añaden un gato negro digital, el demoníaco del título, que más bien nos recuerda al de la serie Sabrina, aquél minino deslenguado de nombre Salem. Ese hecho, por tonto que parezca, nos saca de la película a cada momento, pues la trama gira entorno al pequeño felino, que a causa de unos sucesos muy, pero que muy extraños, acaba siendo poseído por el único testigo de un misterioso asesinato.



A lo largo de sus más de dos horas de relato, por momentos muy cuesta arriba, descabalgué de la película varias veces, pues aunque sí contenga minutos de interés debido a que abre una investigación por un homicidio, los Holmes y Watson asiáticos de postín (aquí un monje japonés y una suerte de poeta pelmazo), nunca llegan a conectar con el espectador, que jamás es cómplice de la trama.
Es más, vivimos la pseudo-aventura desde la lejanía, sin apenas aclararnos con lo que allí acontece, solo boquiabiertos por su espectacular belleza formal, pues el tejido conceptual es tal, que ocasiona un verdadero caos narrativo, desembocando en un popurrí de datos cruzados solo al alcance de las mentes más despiertas. No parece ser mi caso. Y menos en la sobremesa.
Así pues, estamos ante un proyecto con un envoltorio precioso que, a pesar de la densidad intelectual de la que alardea, se siente más como un quiero y no puedo, un producto que peca de ambicioso y se trastabilla en el intento. Más aburrida que conseguida y mucho más vacía de lo que parece, pese a tener un concept art realmente soberbio.

J.A.

jueves, 3 de julio de 2014

LA CARNE Y EL DEMONIO (1960)

La famosa historia de estos peculiares suministradores de cadáveres en el Edimburgo del siglo XIX ha sido llevada al celuloide en más de una docena de ocasiones. La más reciente, aquella endeble aportación del cada vez menos acertado John Landis, titulada sin mayor titubeo, Burke and Hare.
Quizás la más laureada de todas las adaptaciones fue "El Ladrón de Cadáveres" (The Body Snatcher, 1945), ya todo un clásico de terror de serie B donde el lujoso dúo Lugosi-Karloff, bajo las órdenes del siempre creativo Robert Wise (La Amenaza de Andrómeda), adaptaban el relato que Robert Louis Stevenson escribió sobre esta historia, basada a su vez en hechos reales.
Sin embargo, a finales de los años cincuenta, una discreta producción británica bajo la batuta de John Gilling (director "Hammeriano" autor de "El sudario de la momia", entre otras) volvía a situar en pantalla esta interesante historia, con un mayor rigor en los hechos que sus previas, pero que no tuvo buena respuesta en taquilla, por lo que se relegó al ostracismo.
Maltratada por las distribuidoras en general, sólo hay que ver lo indignas de sus ediciones en digital (incluso la aparentemente cuidada edición Pal deja muchísimo que desear), por no hablar de los tijeretazos sufridos en diferentes países como en los EEUU, que directamente se comen 6 minutos de metraje y se dieron el gusto de cambiar el título por el de "Manía" (¿¿....??). En sí, la trama no dista mucho del resto de adaptaciones existentes, pero ofrece un buen puñado de razones por las que La Carne y el Demonio debería estar mucho mejor valorada de lo que estuvo y actualmente parece estar.

El Dr.Jackson saldando las deudas con los anteriores proveedores ante el acecho de Mary Patterson
Situémonos pues en el Edimburgo de 1820, dónde el prestigioso cirujano Robert Knox (un insuperable Peter Cushing, en uno de los mejores papeles de su extensa filmografía) imparte clases de medicina en la facultad. Sus innovadores trabajos experimentales por el bien del campo de la salud requieren cadáveres frescos con asiduidad, que usa para diseccionar y prosperar en sus estudios y que le suministran de vez en cuando unos pobres borrachos de taberna.
Un par de desaprensivos indecentes, William Burke y William Hare (excelentes George Rose y Donald Pleasence, respectivamente), se percatan del fructífero y relativamente sencillo negocio y comenzarán a proveer al doctor Knox más "material" del que cabría esperar, levantando todo tipo de sospechas a su alrededor.
La película de Gilling no sólo se muestra respetuosa con los nombres originales, situaciones y desarrollo con rigurosa exactitud, sino que lo hace desde una perspectiva nada moralista y acertadamente neutral, exponiendo en clave de humor negro lo que en realidad, fue un negocio tremendamente mal gestionado por dos patanes.

El Dr. Knox no hace preguntas a Burke y Hare sobre la procedencia de sus cuerpos. Todo sea por la ciencia
Burke y Hare esquivando al bueno de Jimmy, ¿otra futura víctima?
La ambientación, pese a estar rodada plenamente en estudios de interior, resulta sencillamente magnífica, consiguiendo un alto grado de sordidez y miseria dentro de una época donde el mismo pueblo, con el permiso de las autoridades pertinentes, ajusticiaba mejor que el propio gobierno a los malhechores, asesinos o violadores (como claramente se hace referencia en una de las escenas más impresionantes del film).
También sabe mostrar con apreciable valentía el desenfreno erótico que por las noches inundaba las tabernas de los barrios, donde la prostitución estaba presente sin restricción alguna. De hecho, el personaje de la hermosa prostituta Mary Patterson, que enamora al joven y prometedor Dr. Jackson, es ejemplarizante en ese aspecto; dos caras de una misma mujer, a la que por un lado le gustaría salir de su situación y enamorarse, pero que sigue siendo adicta al "ajetreo nocturno" del cual proviene. Una historia de amor cruel y fascinante como pocas que además desemboca en un final perfecto.
Maravillosa también la caracterización del Dr. Knox a cargo de Cushing, brillante como nunca en su creación del cirujano que ambiciona tanto en su búsqueda científica que no se percata de lo atroz de su comportamiento hasta que es ya tarde. En mi opinión, supera en cierto modo sus míticas interpretaciones del doctor Frankenstein, que ya son leyenda.

Un espléndido fotograma de Hare, pensativo tras asfixiar a una nueva víctima.
Dentro de lo escabroso del asunto, se percibe un lúcido discurso sobre el Juramento Hipocrático, exponiendo los riesgos y límites que la medicina debería permitirse para avanzar en su desarrollo pero sin llegar a condicionar a la frágil ética humana. ¿Vale la pena entonces la vida de un sólo paciente por la salvación de futuras generaciones?...siempre y cuando no sea la tuya, supongo que la respuesta es sí.
Un retrato de los originales Williams
Un exquisito trabajo de actores en general (con excepción del citado Dr.Jackson, que empaña la cinta), secuencias valientes y de estupenda ambientación (la lujuriosa taberna, esas callejuelas sucias de Edimburgo o el oscuro sótano del Dr. Knox, por no hablar de la escena con los cerdos, la más terrorífica de todas) más un sólido guión, encumbran esta adaptación de los asesinatos de West Port y la convierten en la mejor de todas cuantas se hayan filmado.
No deja de ser una pena que haya aspectos menos pulidos en el resultado final, como la insípida sobrina del doctor y el pelma de su novio Mitchell, la ingenua falta de continuidad en las ebriedades de Mary o el poco tenaz uso del cineasta con la cámara (se intentan un par de planos secuencia que no funcionan del todo bien, hay encuadres fallidos, poca luz, etc).
Concluyendo admitiré que se trata de una joyita de terror británica sin el sello de la Hammer pero que bien podría ser una de las mejores de la famosa productora, pues nada tiene que envidiarles al resto de films de similar calado.

http://www.filmaffinity.com/es/film425949.html
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