
Según sus propias palabras, este nuevo film nace de un sueño suyo; un sueño inacabado debido a un súbito despertar y que fue incapaz de volver a él para acabarlo, por lo que empezó a escribir un guión que terminó por dirigir él mismo. Repasemos su sinopsis
El novelista Hall Baltimore (un Val Kilmer con pinta de Steven Seagal) llega a un pequeño pueblo para presentar su nuevo libro de terror, pero la expectación que levanta es nula y tan sólo hace acto de presencia el Sheriff Bobby LaGrange (un idóneo Bruce Dern), que dice tener una suculenta historia para su próximo libro.
Tras convencerlo, comienza a repasar las pruebas de un asesinato cometido cerca de aquél lugar, despertando el interés del escritor y abriéndole un interesante campo de investigación.


Noche tras noche, se sumerge en profundos sueños que lo trasladan a ese mundo de penumbra y oscuridad, de la mano del fantasma de Allan Poe, que le irá desvelando poco a poco lo sucedido.
Como si del cuento de Navidad de Dickens se tratara, Poe guía a nuestro protagonista y le muestra situaciones, actos y torturas realizadas por el sospechoso que esclarecerán el fatídico caso de asesinato, pero a su vez, se aproximará sin saberlo a una verdad muy personal, una verdad que lleva tiempo escondida dentro de él.
La película tiene un absorvente toque personal por parte de Coppola, digna de un director consolidado con delirios cinematográficos. Un proyecto hecho para sí mismo con suficiente entereza fílmica como para poder exhibirse, pero sin esa pretensión.
En conjunto me quedo con su atmósfera gótica, su espectacular tratado de la fotografía (escenas con un tono sepia, un solo color y un enfoque de cámara prodigioso) consiguen que no pase por alto su fabuloso atractivo. La historia está cuidada al detalle, con un ritmo a veces algo desesperante pero que funciona y nos salva del bostezo continuo.


También el responsable de dar vida al mítico Edgar Allan Poe (el británico Ben Chaplin) consigue convencernos con su pálida imagen (cosas de la edición, obviamente) y actuar como un espectro vanidoso de inalterable serenidad que cautiva al escritor, ciego de admiración, y al respetable, que observa al famoso escritor como si fuera su verdadera aparición espectral.

Supongo que ese toque personal tan marcado de Coppola propiciará que sea una obra amada y odiada a partes iguales, e incluso que suscite la desaprovación del seguidor del Padrino, que verá trastocados sus planes al comprobar una obra muy diferente a su habitual registro (Drácula a un lado) y se decepcionará al no identificar el sello de su cineasta predilecto.
En mi opinión, es una pieza cinematográfica a tener en cuenta y que no merecía la lluvia de críticas desfavorables que le cayó en el festival de Toronto, desmesuradas sin duda.
Tan sólo el bochornoso sistema 3D y cierta confusión consciente en la trama aparta a este espectador ligeramente, pero puedo decir que la experiencia ha valido la pena y no salgo para nada defraudado, aunque tampoco demasiado entusiasmado.
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