Primer contacto por mi parte con la filmografía del hongkonés Yee Tung-Shing, más conocido internacionalmente como Derek Yee, naturalmente para evitar pronunciaciones embarazosas más allá de sus fronteras. Actor en activo desde el año 1977 y realizador de sus propias películas desde 1986, el cineasta asiático ha venido asumiendo cada uno de los aspectos de las mismas, desde el guión hasta la producción. Algo de lo más habitual por otro lado viniendo del mercado asiático.
Yee nos trajo en Sitges 2017 curiosamente su film número 17, "Sword Master 3D", una suerte de homenaje de su primer papel como protagonista y al que en buena medida le debe su éxito, hablo de la cinta de culto, "Duelo a muerte", de los Shaw Brothers.
Con todas las herramientas tecnológicas a su alcance, Yee nos trae una obra repleta de logros técnicos, CGI de máximo nivel, magníficos efectos de post-producción, imagen ultra nítida y por qué no, también el aparatoso sistema 3D, gafitas incómodas incluidas. Todo para tratar de conservar intacto el espíritu de los wuxia de antaño, aumentar las dosis de acción non-stop y revitalizar (perdón, quería decir re-comercializar), el género chino por antonomasia.
Caprichosamente, parece lograr su cometido tan sólo cuando nada de eso está presente, pues tanta digitalización desnaturaliza la aventura, inclinándola hacia el ya incontrolable magnetismo de los videojuegos.
La historia de este "maestro de la espada" versa, como no podía ser de otra forma, sobre la figura de un poderoso luchador que finge su muerte para aprender de la vida más allá de sus cómodas instancias, alojándose en un burdel, nada menos.
A su vez, otro artista marcial de notables habilidades, busca combate con él porque ya no encuentra rival, pero al enterarse de su "muerte", deambula sin misión ni objetivos, yéndose lentamente a la mala vida y enemistándose con quien menos debe... hasta que la verdad le sea revelada.
Una vez hayamos salido de la hipnosis que provocan sus irresistibles imágenes cargadas de belleza, saciado de sus estupendas coreografías milimétricas y maravillado con la perfección técnica de su puesta en escena, podremos valorar en su justa medida el "fondo" de la película, porque ahí está, casi asfixiado, ahogado entre tanta "forma".
Nada que objetar del cuidado con la que filma el asiático ni de su capacidad creativa. Nada que objetar de su esquema cultural, cuidadoso y seguro riguroso. Tampoco nada que objetar del grupo artístico, pues todos, bellos y esbeltos, saben posicionarse y conseguir las acrobacias que se les piden. Lo que sucede es que todo esa parafernalia de circo, parece estallar como un globo cuando acaba la obra, cual historia sin emoción ni lecciones valiosas. Sólo queda un incómodo vacío de nimio significado, de tiempo mal invertido y desgaste innecesario. Un título más al montón, que satisface emocionalmente a los implicados mucho más que al espectador, y que sirve, de largo, para añorar la humildad y honestidad del wuxia en su esencia más primaria, pues en este caso, menos ha sido siempre más.
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