Así es como, el 26 de enero de 1968, se estrenaba en las salas de barrio italianas "Superargo, el Gigante" (L'invincibile Superman), tan sólo 2 días después del gran estreno de Diabolik, del maestro Bava, en una jugada de mercado tan vieja como el cine en sí mismo.
Tras una primera parte entretenida pero algo inconsistente, optaron hábilmente por mejorar algunos aspectos tanto del personaje en sí (ni rastro de su mujer, cambios en su apariencia, se acentúa su personalidad...) como de la misión a cumplir, pues aunque se recurre a los típicos recursos propios de films de acción, se agradecen y acaban funcionando bien.
En este segundo asalto, el ex-wrestler enmascarado hará pareja con el yogi Kamir, quien le ha transmitido profundos conocimientos sobre meditación y control mental (levita con gran facilidad), y que ha conseguido desarrollar hasta niveles inimaginables, algo que le será muy útil en ciertos momentos de la misión.
Los cyborgs, creación del doctor Wond, atracan bancos sin que nadie les pueda hacer frente |
Superargo evoluciona en su control mental gracias a su compañero Kamir |
Con la ayuda de sus mejores agentes, un renovado Superargo (que mantiene su apariencia, según dice, porque "le da suerte") y su compañero hindú, deberán impedir que el doctor Wond y su ejército de cyborgs a control remoto se salgan con la suya, introduciéndose en su guarida oculta (o no tanto) si se tercia.
Lo primero que se agradece de esta nueva hazaña del rojizo enmascarado es su crecimiento como personaje, pues aparte de mostrarse más desenvuelto, espabilado y locuaz que en su anterior entrega, se ha desquitado por fin de sus temores en el ring (de hecho, vuelve a subir a uno), y ha desarrollado nuevas y muy sorprendentes habilidades psíquicas. Además, la inoperancia mostrada por Ken Wood en la primera parte se consigue olvidar casi por completo, pues él mismo se siente más cómodo con el apretado traje de Superargo y su encarnación supera notablemente a la primera.
El tándem por fin descubre quién hay detrás de esas extrañas pero poderosas criaturas |
Los cyborgs, estrambóticos pero originales |
Destacable también el diseño de los cyborgs, pues aunque son considerablemente rudimentarios (era el año 1967 debo añadir), conservan un encanto especial, ya que son una curiosa mezcla entre hombres buzo, forzudos con mazas de cadena y ladrones de bancos (esas caras escondidas tras un filtro similar a unas medias), que además poseen una fuerza descomunal y son inmunes a las balas. De tan demenciales resultan todo un acierto y no desentonan en absoluto.
Tampoco desmerece el mad doctor interpretado por el veterano Guy Madison, quién está convencido que la transformación a cyborg es un paso evolutivo lógico para conseguir la inmortalidad del ser humano. Así es como el apuesto doctor Wond, siempre acompañado por su también atractiva ayudante, opera con total impunidad desde su fortín perdido en las montañas; una perfecta guarida, como cualquier villano que se precie.
El mad doctor, persuadiendo con malas artes a una bella dama |
La levitación no viene mal en según qué momentos |
Un Superargo mejorado en aspecto y personalidad |
De todas formas, emana esa agradable y descarada esencia comiquera de los fumetti, con personajes entrañables, aventuras cercanas al disparate e inteligentes villanos con planes maquiavélicos. Todo un placer para el espectador si sabe degustarlo con el paladar alertado. Para concluir, y por motivos que aún desconozco, el film es casi imposible de encontrar a día de hoy incluso por internet, y sólo un sello menor de los EEUU lo tiene en mercado (parece que por error), aunque en condiciones muy lamentables de transfer. Una lástima, pues sin duda Superargo, el Gigante merecía un mejor trato. Esperaremos una remasterización como agua de mayo.
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