La primera película de Billy Wilder en Estados Unidos le sirvió para ganarse a las tropas militares desplegadas durante la segunda guerra mundial, y así adoptar un patriotismo cinematográfico muy inteligente que le allanó el terreno para después tener la oportunidad de filmar sus películas más personales. Sin embargo, no se trataba de un encargo, ya que fue una adaptación de una obra llamada Connie goes Home, que provocó serios problemas al cruzar la frontera americana, tildando a la obra de contenido inapropiado, al jugar con las relaciones de un cargo militar con una supuesta menor. El relato nos presenta a Susan Applegate, una veinteañera que pretende abandonar Nueva York y volver a su casa de Iowa, ya que la gran ciudad no le ha servido para prosperar como ella quería. Siempre había guardado el importe exacto para su vuelta en tren a Iowa, pero al enterarse de una subida de las tarifas, decide hacerse pasar por una niña y así pagar el precio infantil.
Ya en el tren, se verá obviamente perseguida por los revisores, y tras darles esquinazo, topará con el mayor Kirby, que sin quererlo, la ayudará sin percatarse de su tramposa argucia. La joven Applegate entrará en una dinámica de mentiras y engaños que le será difícil sostener, causando no pocos malentendidos entre las tropas y sus atrevidos soldados, todos atrapados por su belleza y encanto. La historia entre el honrado Mayor y la crecidita Susu da lugar a confusiones varias, pero Wilder lo enfoca todo desde el punto de vista de una niña y jamás pretende otra cosa, pese a algunas sutilezas muy necesarias. En sí, la película juega en todo momento con la idea de su extraordinaria relación, haciendo sentir culpable a Kirby, que percibe una atracción inconfesable pero que se mantiene inmutable. El jugueteo entre los dos cosquillea constantemente con la censura, pero sabe jugar sus cartas para hacernos ver todo lo necesario sin caer en el error de mostrar más de lo esencial, demostrando una inteligencia asombrosa por parte de su realizador.
El film padece constantes faltas de sentido que sólo con nuestra incondicional aprobación puede ser digerida, entendiendo su año, sus intenciones y sobre todo, las actuaciones meramente divertidas de la pareja protagonista. Esas mismas interpretaciones son los pilares de esta comedia, con una Ginger Rogers acaparadora que en todo momento se lo pasa en grande con su imposible caracterización, y con un Ray Milland que consigue una mezcla de sobriedad militar e ingenuidad enamoradiza impagable. En resumen, se trata de una realización en clave de comedia que no es ni de lejos lo mejor de Billy Wilder pero que sí dota a su carrera de diferentes registros fílmicos para más adelante rodar sus obras maestras.
Simpática, despreocupada, improbable pero a su vez entrañable producción que seguro hizo disfrutar a los desplegados en aquella innecesaria guerra que robó tantas vidas y que aún consigue mantenerse fresca casi 70 años después.
Debo subrayar que la duración es correcta (a veces Wilder cometía el error de superar los 130 minutos, como en Irma la Dulce), su visionado es fácil, mantiene un ritmo constante, que sin ser lo mejor, nos distrae lo preciso, y que alcanza un buen nivel de calidad acompañado de dos simpáticas caracterizaciones. Una pequeña joyita dispuesta a ser paladeada con un poco de nuestro apoyo.
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