Según la RAE, la “imaginación” es la facultad del alma que representa las imágenes de
las cosas reales o ideales, formadas por la fantasía. En el cine, como en la literatura, ese componente de fantasía resulta indispensable para la creación de cualquier obra, sea del género que sea.
El último trabajo del pequeño de los Trueba, “Madrid,1987”, descubrimos un claro ejemplo del uso del imaginario a cargo del personaje de Miguel, un cínico y corrosivo literato, oxidado de whisky y cigarrillos al que da vida José Sacristán.
En la película, de aire intimista y sensitivo, el mordaz escritor plantea a una sinuosa estudiante llamada Ángela (una Maria Valverde abrumada pero idónea) una experiencia muy interesante, dentro de unas circunstancias excepcionales.
Casi por accidente, el ya otoñal escritor y la constantemente ruborizada alumna se quedarán atrapados en el baño de un piso ajeno, desnudos (con apenas una toallita) y sin posibilidad de salir durante un largo fin de semana.
Tras tantearse intelectual, física y moralmente, ambos comenzarán a desnudar su alma, a desprenderse de aquello que los protege y desvelando así sus verdaderas personalidades, repletas de inseguridades y frustraciones.
Será entonces, ya expuestos y desarmados el uno ante el otro, cuando Miguel, con la ayuda de un simple marco de madera colocado en la pared haciendo las veces de pantalla y una fría bañera como butaca, hará un uso espléndido de su imaginación para narrar una película inexistente, pero tan viva como cualquier otra.
Ángela, que observa atentamente ese marco sin espejo como si fuera una pantalla de cine, sigue con interés la soberbia narración de su admirado Miguel, absorbente y detallada como si de una buena experiencia cinematográfica se tratara. El hastiado escritor, explica con naturalidad posiciones de cámara, tipos de planos y actuaciones del reparto como si de una proyección real se tratase, mientras nosotros tan sólo vemos como la imagen bordea las aristas de una madera apoyada en la húmeda pared.
Podemos encontrar pues, durante esta magnífica secuencia, un uso de la imaginación completo y definido, donde un erudito literario, con un uso magistral de la narrativa verbal, consigue una experiencia de fantasía completa que otorga al film de David Trueba una nueva dimensión, una dimensión tan fingida como la propia ilusión del cine. Y todo gracias a una mero marco de madera, apoyado solitario en los azulejos de un baño ajeno.
De esta manera, se constata que el significado que la RAE otorga a la palabra “imaginación”, se plasma en su totalidad dentro de esta sencilla pero inmensa escena, donde se propone fantasía, narrativa y sobre todo, esa facultad del alma para representar cosas reales o ideales.
Una cinta que me parece maravillosa, dos generaciones muy distantes en el tiempo defendiendo los valores, una maravilla.
ResponderEliminarEs uno de esos films "pequeños" , que sin embargo, se vuelve grande en nuestra cabeza una vez se ha visto. Una película bella, inteligente y muy recomendable, una joyita para rescatar de vez en cuando...
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