martes, 29 de noviembre de 2011

JUNGLA DE CRISTAL (1988)

Primera parte de una de las más aclamadas sagas de acción (ya van 4 secuelas) para el lucimiento de un casi siempre socarrón Bruce Willis y que arrancó su incombustible trayectoria como héroe machote gracias a esta cinta de John McTiernan.
El motivo de tanto escándalo se debe a una planificación escénica que juega su gran baza en los efectos especiales, su trepidante acción y el desenfreno de secuencias de alto voltaje (explosiones sin descanso, disparos sin fin y un inagotable uso de lo efectista).
El detective John McClane (Willis) viaja desde Nueva York a Los Ángeles para pasar las Navidades junto a su mujer Holly, que trabaja en un moderno y lujoso edificio llamado Nakatomi Plaza.
Su matrimonio hace aguas desde hace meses, y pese a las buenas intenciones de John, no cesan las discusiones a la primera de cambio haciendo crecer las discrepancias entre ambos de nuevo.
Esa misma noche, mientras se celebra una fiesta de Navidad en el edificio, un grupo de asaltantes de origen germano toma posesión del lugar y retienen a los presentes como rehenes. Sus intenciones son claras, quieren una importante suma de dinero y necesitan unos códigos para acceder a ella. John se encontraba cambiándose de ropa mientras sucedía al asalto y logra escabullirse en los entresijos del edificio, pasando completamente desapercibido.
Pronto alterará los planes de los terroristas y les declarará una guerra muy personal.
Este adrenalínico producto made in Hollywood funciona perfectamente en su condición de cinta de acción al uso y resulta incontestable la relevancia de su aportación al género, pero malogra su contenido argumental simplificándolo en exceso. Una vez situados en medio de la acción, a nadie se le pasa por la cabeza que el bueno salga perdiendo en esta batalla, y eso la delata como una película moralista que además, hace apología del machismo más descarado.


En primer lugar, cabe destacar la gran labor de efectos visuales y sonoros de la que hace gala (4 nominaciones a los Oscar en esos apartados y en mi opinión, muy merecidos), y por lograr un ritmo "in crescendo" durante su primera hora y media de metraje (los últimos 40 minutos se hacen ya un poco cuesta arriba).
El personaje principal está muy orientado principalmente a un público yankee, pero funciona de igual forma fuera de los Estados Unidos, siendo ya mítico en nuestros días.
Repasando el resto del reparto nos encontramos con un carismático Alan Rickman, encargado de dar vida al jefe de los asaltantes Hans Gruber y que logra estar a la altura de las circunstancias de manera muy profesional.
Lamentablemente, no se puede decir lo mismo de Bonnie Bedelia (la mujer de John, con sólo un par de expresiones en su haber) o del policía cómplice, Reginald VelJohnson (el popular Carl Winslow de "Cosas de Casa", a merced aquí de su anclado personaje).



Lo lógico sería tomarse este film como un entretenimiento sin más pretensión que hacernos pasar un rato ameno, divertido y sobre todo espectacular en el cine, pero su desmesurado metraje nos acaba por noquear y se pierde en sí misma en ese último tramo tan innecesario (de hecho, la escena del disparo final es del todo suprimible). Tampoco las interminables conversaciones a través de walkie-talkie ayudan en el cometido de amenizar el conjunto, sino más bien todo lo contrario.
Sin embargo, ciertas señas de identidad propia aupan este film a la categoría de mito, ya sea por su carismático personaje principal o por su declarado y gratuito belicismo antiterrorista, patriota hasta marearnos pero exponencialmente reconfortante.
Sea como fuere, significó el pistoletazo de salida para multitud de copias de menor relevancia pero mismo calibre, llenando nuestros videoclubs de cintas al uso, eso sí, sin la misma gracia ni tino que esta y lejos de lograr su reconocida entidad cinematográfica.
Su título ibérico, "La Jungla de Cristal", es perdonable e incluso apropiado para esta primera entrega, pero pierde todo su sentido en las posteriores secuelas, donde no hay junglas de cristales de por medio como aquí y su original "Die Hard" ya no se puede recuperar para la saga.
Como curiosidad, comentar que en realidad el edificio Nakatomi es actualmente la sede de la 20th Century Fox (el Fox Plaza) de Los Ángeles, y que el famoso grito de guerra de McClane, ese mítico  -Yippee-Ki-Yay- (seguido de un -motherfucker-) es una antigua expresión de cowboy que se usaba cuando empezaba el verdadero jolgorio.
La oportunidad de disfrutar de este film en la oscuridad de la sala Urgell de Barcelona y en su versión original no tiene desperdicio, ya que únicamente de esta forma se logra saborear al máximo esta explosiva propuesta y entender así su repercusión internacional. Sonido imponente, pantalla inabarcable y más de 1800 personas acompañándote en la hazaña heroica del detective John McClane son motivos suficientes como para que el sabor de esta joyita ochentera sepa a caviar.
Gracias a los espléndidos homenajes de Phenomena por volver a ofrecernos la oportunidad de revivir ese momento, impagable como pocos y al alcance solo de algunos afortunados en Madrid y Barcelona.

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