

Sin embargo el roce hace el cariño y enseguida harán migas y empezarán una relación.
Una frase de la joven Kirsten, después de una bonita velada con cena y paseo, marcará un antes y un después en sus vidas: “podríamos ir a algún sitio a tomar una copa”.
A partir de aquí la relación entre ellos evolucionará para incluir siempre a un tercer miembro en sus vidas, y no hablamos de su hija recién nacida, sino del omnipresente alcohol. Mientras que en un inicio todo tiene un toque festivo y deshinibidor, a medida que el tiempo pasa, su dependencia se torna enfermiza y cada vez más patética, hasta caer y caer en un pozo que parece no tener final y la sensación permanente ya no es de fiesta sino de una eterna y terrible resaca.
Una película impresionante, con unas interpretaciones de sus dos protagonistas para enmarcar, una historia desgarradora que te atrapa desde que arranca hasta la última imagen (esta, reveladora de la tentación eterna en la que vive un alcohólico). Tiene escenas impagables, como la de Joe en el invernadero o en algunos momentos con el delirium tremens, o los diálogos entre borrachos que tiene la pareja.
Una obra maestra que retrata de una manera cruda y realista el descenso a los infiernos de dos alcohólicos con un blanco y negro precioso.
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