viernes, 14 de septiembre de 2012

DOCTOR CÍCLOPE (DR. CYCLOPS) (1940)

Afortunadamente el fondo de armario del séptimo arte es tan descomunal, que en muchas ocasiones, casi sin proponérselo es posible tropezar con una obra desconocida para el público en general, incluso para aquellos que se auto denominan cinéfagos, y que esconda una película tan apreciable como ha sido el caso con esta Dr. Cyclops.
No voy a engañaros, no sabía ni de su existencia hasta hace pocos días, pero una vez vista y saboreada, ya la tengo bien archivada junto a mis otros clásicos de ciencia-ficción.
Anticiparos que el director de esta obra fue Ernest B. Schoedsack, nada menos que el responsable de películas del nivel de El malvado Zaroff (1932) o King Kong (1933), ambas imprescindibles en la dvdteca de cualquier amante del cine que se precie, por lo que no debería extrañarnos la calidad y originalidad que emanan algunas de las imágenes de la que comentamos hoy, aunque no llegue a la altura de sus predecesoras.
Mendoza observa con miedo el avance de los experimentos del que fuera su mentor...
La historia arranca con una escena que sirve de carta de presentación del Dr. Thorkel (Albert Dekker), inmerso en una investigación en plena Selva Amazónica, donde llegó dos años atrás a petición del Dr. Mendoza, un antiguo alumno suyo que descubrió allí un increíble yacimiento de radio y quería ayuda para valorar las posibles aplicaciones dentro del campo de la biología molecular, en el cual Thorkel es toda una eminencia. Ante el cariz que ha tomado la investigación y sus experimentos a lo largo de este tiempo, Mendoza está decidido a parar a su antiguo profesor antes de que sea demasiado tarde, pero solo conseguirá convertirse en su primera víctima (pinta bien).

Los investigadores admirando el trabajo de Thorkel...
Thorkel, con la vista seriamente dañada, se pondrá en contacto con el Dr. Bulfinch para que junto a otros científicos que ha elegido, vayan a reunirse con él para colaborar con su trabajo.
A pesar de la fama de problemático que le ha acompañado durante toda su carrera, la curiosidad científica prevalece y acaban yendo a su encuentro.
Mad doctor en plena acción...
Una vez allí en principio son bien recibidos por el doctor, pero tras una breve ayuda que les solicita, se muestra exageradamente descortés exigiéndoles que se vayan inmediatamente y no le molesten.
La negativa de estos a irse sin más tras el largo viaje, hará sospechar a Thorkel que le quieren robar su trabajo, por lo que no se lo pensará dos veces a tomar medidas drásticas, empleando su condensador de radio para reducir de tamaño a todos los miembros del grupo. Quiero hacer un inciso aquí, me parece un acierto en esta escena dejar la acción fuera de plano, subiendo la tensión del film, mientras vemos al doctor disfrutando al accionar los controles y escuchamos los gritos desesperados de sus colegas de profesión.
Para acto seguido en la siguiente escena ver a Thorkel metiendo las ropas de sus invitados en un saco y pidiendo paciencia a su hambriento gato. Tras esto, y por si alguien tenía alguna duda, tenemos claro que estamos ante uno de esos mad doctors que buscan erigirse como Dioses.
A partir de este punto, la película saca partido del reducido tamaño de sus protagonistas, poniéndoles a prueba para lidiar con problemas, que en condiciones normales con nuestro tamaño normal, nos pasan totalmente desapercibidos y que el cine ya ha tratado en múltiples ocasiones.
En este sentido, quizás la película más reconocida con esta temática sea El increíble hombre menguante (1957), un clásico con unos notables efectos especiales y un guión sencillo pero muy funcional, que sigue resistiendo el paso del tiempo sin perder su vigencia. Sin embargo, hay otras anteriores en la que se nos muestran las peripecias de hombres reducidos, Tod Browning con su excelente Muñecos infernales (1936), construyó una muy interesante historia de venganza donde destacaban los detalles de los enormes decorados como el mueble del dormitorio por el que se movían los diminutos muñecos. También en la década de los 60, esta vez en formato televisivo y a lo largo de 2 temporadas, se emitió Tierra de gigantes, donde una expedición espacial acababa en un planeta habitado por enormes seres de aspecto humanos pero con funestas intenciones.
Más cercana en el tiempo, protagonizada por Rick Moranis y en tono de comedia está Cariño, he encogido a los niños (1989), donde se nos contaban las peripecias de un grupo de niños reducidos perdidos en un jardín que se convertía en una enorme y salvaje selva, llena de peligros para ellos, y ahora mismo no me vienen más títulos similares a la cabeza, pero seguro que hay unos cuantos más...
Dr. Cyclops por un lado me ha sorprendido positivamente y me he dejado llevar por una historia la mar de entretenida, pero no puedo dejar de lamentarme por algunos fallos de su guión y la falta de desarrollo en algunos aspectos, que hacen que no llegue a ser una obra redonda y completamente satisfactoria.

Uno de los decorados creados para dar la sensación del reducido tamaño de los protagonistas...

El personaje de Thorkel y su estrafalario aspecto con esas minúsculas gafas ajustadas a sus ojos, en la fase inicial de sus experimentos nos hace concebir muchas esperanzas de encontrarnos ante un mad doctor de los que marcan época, pero después de la reducción de tamaño de los investigadores, aporta poco más que un mero gigante que se dedica a buscar a sus diminutos y molestos invitados por la casa, el jardín y finalmente por la selva sin demasiados alicientes más (exceptuando algunos momentos como la medición de Bulfinch). En esta segunda parte se simplifica mucho la trama, pero se sostiene gracias a la gran calidad de sus efectos especiales (aunque los primeros planos donde el uso de trasparencias para crear la sensación de un gigante y los humanos reducidos no están demasiado conseguidos). Afortunadamente después logra sorprendernos gratamente combinando diferentes recursos visuales y técnicos para plasmar en pantalla un mundo gigantesco para los reducidos científicos. Así hay momentos en el que se usan enormes maquetas por las que se mueven los protagonistas, otros en los que se usa transparencias combinando con maquetas gigantes, en las que destaca además que mantengan diálogos que hacen más creíble aún la integración (ver las dos fotos de abajo) y así redimir algunos fallos de su guión (como el mágico cambio de color de los ropajes, un misterio sin resolver, o el no aprovechar alguna clara ocasión para sacarse de encima a Thorkel).

Uno de los mejores momentos con el uso de una maqueta de la mano, con Thorkel al fondo en una transparencia y el actor de carne y hueso sufriendo sus experimentos, mientras mantienen un diálogo.

También en el aspecto de definición de los personajes, el film poco aporta en este sentido, y a excepción del malo de la función, que sí desprende cierto carisma, el resto son bastante planos y nulamente desarrollados. Pero no nos engañemos, el espectáculo dura poco más de 70 minutos y su intención no era otra que la de ser un mero entretenimiento, propósito que consigue mayormente.
Otro punto interesante y que merece que comentemos es que a pesar de ser una película de 1940, esta es en color, luciendo un technicolor de tonos verdosos que logra mejorar los efectos (sobre todo lo relativo a la luz de la radiación verdosa) y a la ambientación de la selva.



Por otro lado mencionar el origen de este nombre de Dr. Cyclops, que no es otro que dos referencias que se desarrollan a lo largo de su metraje. La primera en un diálogo entre Thorkel y un reducido pero valiente Dr. Bulfinch, en el que éste no duda en encarársele para recriminarle sus actos y recordarle que a pesar de su posición de poder, piense lo que pasó con Ulises y el Cíclope; y en segundo lugar en un momento en el que Thorkel, prosigue la búsqueda con uno de los cristales de sus gafas roto y dice: "Ahora sí que pueden llamarme Cíclope, sólo tengo un ojo". Son dos detalles que me han gustado.
En resumidas cuentas, un film menor dentro del género de la ciencia ficción pero que merece la pena descubrir, dejarse llevar por su toque ligeramente naif (aunque en ciertos momentos concebí esperanzas de que tomara el camino hacia el género de terror puro), pero aun así perfectamente disfrutable.

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