Heidi Hawthorne (Sheri Moon, que no tardó ni 5 minutos en mostrarnos su fantástico trasero) trabaja como DJ en una emisora de radio en Salem (Massachusets), donde pincha cada noche rock duro y similares.
Cierto día, Heidi recibe una extraña caja de madera con un vinilo dentro de parte de un grupo denominado "The Lords of Salem". Lejos de desinteresarse como era habitual en ella, lo escucha al llegar a casa y descubre que su perturbadora melodía le transmite una rara sensación hipnótica, regalándole además un fabuloso dolor de cabeza y ahogando los planes a su compañero Whitey, forzado entonces a dormir en el sofá.
Al día siguiente, Heidi lo pone en las ondas y advierte estupefacta que tampoco es capaz de soportarlo allí, lo que le obliga a silenciarlo, agriándole a su vez el carácter y preocupando a sus compañeros de fatiga (pasando de ser una dulzura de chica a una cabizbaja e intratable taciturna).
Rituales agotadores que no consiguen atraparnos |
Desde ese momento, el infierno se acercará a ella de manera literal, poseyéndola lentamente y rodeándola de brujas y demonios, entre otras criaturas de las sombras.
Heidi poseída y embrujada |
Una vez visto, diría que el film de Zombie decepcionará más que entusiasmará, y quizás estemos ante su obra más endeble hasta la fecha, descubriéndose mucho menos brutal que el resto (y menos atrevida), y que acaba por convertirse sin remedio en una cinta de terror más, por añadidura convencional.
La presentación de personajes y ambientación nocturna están narradas correctamente, e incluso las primeras percepciones paranormales de Heidi son realmente interesantes (esa puerta del rellano que nos perturba acaba siendo lo mejor del film), pero carece de estimulos suficientes como para estirar una historia que, de por sí, no daba para más.
La aparición del séquito de brujas (ya sea en el presente o en los flashbacks del pasado) no son gran cosa, y se nos pegan los párpados al tratar de aguantar los minutos de rituales que nos proyectan, ciertamente aburridos.
Una versión "midget" del Diablo, otro chirriante desatino en el film |
Ni la música rock ni los encantos de Heidi (que tampoco se realzan siquiera) sirven como para evitar el naufragio global de un film condenado al olvido, vacío de encanto y huero de ideas. Analizándolo concienzudamente uno puede tal vez atreverse a resaltar su narrativa oscura (a veces conseguida pero no siempre) y la relativa atmósfera que le envuelve (incluso aceptar que ese cántico es realmente hipnótico), pero no funciona ni en ritmo ni en interés y se convierte en una experiencia poco convincente para el espectador.
Al finalizar su proyección, los aplausos fueron más comedidos que de costumbre en Sitges, quién sabe si por respeto a los allí presentes o porque medio público se terminaba de despertar de la experiencia.
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