Continuando con mi empeño de reseñar películas ambientadas en el interior de un tren, no podía pasar por alto una de sus mejores y más notables manifestaciones Hollywoodienses, la adaptación a la gran pantalla de la obra de Agatha Christie "Murder in the Calais Coach", en la que tal vez, sea la más lograda de todas las que se filmaron de sus novelas.
Aquí, el prestigioso director Sidney Lumet (responsable de la excelentísima "12 Hombres Sin Piedad", entre muchas otras de distinta calidad), se rodeó de una abrumadora presencia estelar para la época, con personalidades como Lauren Bacall, Ingrid Bergman, Sean Connery, Anthony Perkins, Michael York o Jacqueline Bisset, sin dejar de nombrar al más sobresaliente de todos ellos, el británico Albert Finney en su papel de Hercules Poirot.
Parte de la novela original de Christie se basó en hechos reales, como el secuestro y asesinato de la hija de un aviador o el accidental parón de 5 días del Orient Express en territorio turco por culpa de la nieve (el tren está fuera de servicio desde 2009, conservando sus partes en diversos museos).
El personaje principal de sus novelas no merece ser recalcado, pues el detective belga Hercules Poirot es conocido mundialmente, ya sea por sus capacidades deductivas (a la altura de Sherlock Holmes) o por su apariencia Hitleriana, significativamente perturbadora para la época.
El film da comienzo en la estación principal de Estambul, donde aristócratas y burgueses iniciaban el viaje en el Orient Express, el tren de larga distancia que comunicaba Turquía con la capital francesa. Un asesinato de un pasajero en extrañas circunstancias (drogado y acuchillado una docena de veces) llamará la atención del inteligente detective Poirot, que realiza ese viaje de manera casi fortuita y será la pesadilla para el responsable de dicha atrocidad, que verá como esclarece paso a paso el intrincado crimen.
Desde un principio, tenemos claro que Poirot deberá resolver un caso extremadamente confuso, con pistas falsas y alguna que otra trampa sin respuesta (hasta aquí no hay sorpresas), pero su trabajo deductivo es tan satisfactorio que nos rendiremos a su elocuente discurso a cada minuto que pasa y no podremos dejar de escucharle hasta que, por fin, nos desvele el responsable del crimen.
Lo más destacable del film es su increíble adaptación de guión hacia la novela original, repleta de detalles, comentarios, sutilezas y minucias que escapan en su primer visionado y al gran trabajo actoral en general, acompañado de un buen vestuario, una fotografía algo sobrecargada pero interesante y tal vez, algunos excesos en el diálogo.
Si no nos dejamos abrumar por la cantidad de datos que contiene (fluyen a un ritmo frenético), participamos en su juego (casi como el famoso cluedo) y conseguimos estar muy atentos, la experiencia será notable. En cambio, si esperamos un entretenimiento fácil y de agradable comprensión, me temo que será vuestra pesadilla, ya que demanda de nuestros 5 sentidos para disfrutarla por completo.
Un nervioso Perkins (con un registro muy similar al de Psicosis), un correcto Connery, una creíble Bacall, una galardonada Bergman (sobre todo, por esos 5 minutos de interrogatorio excelentes) y un mal Michael York le dan la réplica a un inspirado Albert Finney, que es el verdadero responsable de la grandeza del film. Con tan solo 38 años (el maquillaje le hace aparentar 50) y demostrando una gran capacidad interpretativa, nos regala un monólogo final brutal (nada más y nada menos que 8 páginas de guión para él solito) donde nos desvela sus precisas deducciones del caso y así entenderemos el puzzle criminal, con incluso, una lección de moralidad remarcada.
Algunas escenas repetidas (para que no nos perdamos será), demasiada afluencia de personajes en escena (aumentando nuestra confusión y/o frustración) o un metraje en exceso dilatado, hacen perder un poco de fuelle al film (que se desinfla en su meridiano por momentos), y que, bajo mi punto de vista, hacen perder algo de excelencia al producto. Por lo demás, cuenta con un interesante proceso de interrogatorio muy original (uno por uno pasan por las preguntas de Poirot), hay briznas de un humor muy peculiar (en especial el esperpéntico médico que lo acompaña, al igual que el Watson de Holmes), los exteriores son fabulosos (esos maravillosos Alpes suizos) y es un verdadero acierto situarla en el interior de un tren parado, ya que nos obliga a centrar nuestra atención en personajes y conversaciones, nunca en localizaciones.
Estuvo nominada a los Oscars en 6 apartados (Fotografía, Banda Sonora, Vestuario, Actor, Guión adaptado y Actriz secundaria), tan sólo obtuvo el último, recompensando el trabajo de Ingrid Bergman, acertada, pero tampoco tan destacable creo yo.
Anecdóticamente, la premiere del film en 1974 fue la última aparición pública de una octogenaria Agatha Christie, que murió poco después, víctima de demasiados cumpleaños.
Como suele ser costumbre, padeció un innecesario remake en 2001 directo a TV y protagonizado por Alfred Molina que mejor esconderemos debajo de la alfombra, por si acaso.
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