A medida que cumplimos años, la mayoría de nosotros sentimos la inevitable, dramática y determinante llamada de "la responsabilidad". Un peculiar trastorno del ser humano que nos empuja a dejar atrás nuestra adorada infancia (y con ella nuestro espíritu más aventurero) para despertarnos sin paracaídas ante un mundo nuevo, el del adulto responsable.
Entonces descubrimos que todo ha cambiado, ya no hay redes que soporten nuestro peso ni columpios que nos sostengan, y nos invade la irremediable sensación de que el peligro nos acecha en todas las esquinas, de que somos vulnerables. Así pues, riesgo deja de ser sólo una palabra perdida del diccionario para formar parte de nuestra manera de entender la vida, volviéndonos cada vez más prudentes.
El caso del científico noruego Thor Heyerdahl (1914-2002) fue la excepción que confirmó esta regla. La gesta que el escandinavo realizara en 1947 es todo un ejemplo aislado de valentía adulta, una hazaña tan arriesgada, irresponsable y temeraria que sólo puede entenderse desde una perspectiva juvenil, casi infantil.
Heyerdahl sostenía la hipótesis de que los habitantes de la Polinesia (donde él vivió durante una década) eran descendientes directos de los habitantes del Este (Suramérica), y no del Oeste (Asia) como todos creían. Sus años de estudios basados en las corrientes, los vientos y las mareas, más una fuerte fe al Dios Maorí "Tiki", empujaron a nuestro aventurero nórdico a una locura sin parangón.
Cansado de que nadie prestara atención a sus estudios, puso rumbo a Perú, agrupó a un equipo de cinco valientes (entre ellos, un cámara de cine) y juntos trabajaron para construir su propia balsa, únicamente con materiales autóctonos y que fueran propios de hace 1500 años.
Su intención era demostrar que, tan sólo con la ayuda de las mareas y los vientos del Pacífico, serían capaces de atravesar el imprevisible océano (más de 100 días para recorrer los 8000 kilómetros entre ambos puntos) para llegar hasta las islas Polinesas, tal y como sus estudios indicaban, confirmando así que los sudamericanos podrían haber sido los primeros colonizadores de aquellas lejanas islas.
Dicha heroicidad, bautizada como "Kon-Tiki", acabó siendo galardonada con el Oscar de la Academia de las Artes y las Ciencias cinematográficas al mejor documental en 1951, convirtiéndose de esta manera en el primer film noruego en obtener dicho premio.
65 años después y ahora bajo la batuta de Joachim Ronning y Espen Sandberg (ambos noruegos), el "Kon-Tiki" vuelve a la mar, plasmando con mayor detalle las consecuencias del viaje más importante en la vida de Thor Heyerdahl.
El filme, que en ningún momento busca reivindicar el éxito del científico ni recrearse en la angustia que la travesía pudo causar al equipo (sería excesivo llamarlo tripulación), aboga por un estilo narrativo claro y firme, sin artificios de ningún tipo ni excesos efectistas, y plasmando tamaña acción marina sin apostillarla lo más mínimo.
Renqueante en lo que a profundidad de personajes se refiere (no ahonda lo suficiente en el equipo de Thor como hubiese podido), con interpretaciones poco más que correctas (como era de prever dada la frialdad nórdica) y salpicada de tímidos pero efectivos recursos CGI, el film sin embargo puede enorgullecerse de desprender un estimulante halo filántropo capaz de traspasar nuestra retina y llegar a nuestras consciencias.
Asistiremos a ver como la película avanza con discreción escandinava (sutileza de cámara, equilibrio técnico y artístico, frialdad narrativa..) casi como si de otro documental se tratase, para luego regalarnos una espléndida segunda mitad repleta de significado humanista, del reencuentro del ser humano con la Naturaleza siendo esclavo de su condición, y no al contrario.
Al mismo tiempo, y durante la dura travesía oceánica, seremos testigos de una de las mejores elipsis que el cine pueda ofrecer. Los seis hombres a su suerte, tumbados en círculo y mirando al cielo, serán la primera imagen de un fabuloso plano secuencial que nos llevará desde el más mínimo detalle de sus crecidas barbas hasta la mismísima exosfera, volviendo de nuevo al punto de origen en un bello y sinuoso movimiento elíptico capaz de explicar por sí mismo, el paso del tiempo.
Todo un ejercicio de humildad hacía la figura del ser humano que, como una presencia insignificante en la inmensidad del universo, se descubre del todo vulnerable, como el adulto que todos llevamos dentro.
La película creo que tiene su interés, pues conocer el viaje y su promotor, un noruego que no dudó en embarcarse en un viaje peligroso y un tanto loco con tal de demostrar sus teorías. Siendo una buena experiencia, pero que en todo momento se le echa de menos algo más de "alma". Principalmente el haber sabido desarrollar mejor a los personajes que formaron semejante aventura. Y no ha sido por falta de momentos, porque más de 100 días sobre una balsa da tiempo de sobras para detenerse en cada uno de ellos, conocerles mejor, mostrar las relaciones personales que se van forjando y poniendo a prueba durante ese gran reto. Por lo que esa cierta "frialdad" en este aspecto es lo que ha hecho que no me acabara de meter en la peli. Consigue llegarnos más por nuestra capacidad de evocar lo que podría ser para nosotros una experiencia de ese calibre y la aventura realizada, que por la capacidad de trasladárnosla por parte del director. A pesar de su supercialidad, se trata de un film bien realizado, con algunos momentos de gran tensión sobre las interminables aguas del océano y que satisfará a los que les guste descubrir una de aventura basada en un hecho real. Un 6,5 le daría.
ResponderEliminarTiene buena pinta....otra mas para la lista.
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