Scott Carey y su mujer Louise están de vacaciones navegando y tomando el sol en una pequeña embarcación prestada. En un momento del trayecto, ella va en busca de una cerveza al interior del barco. Es entonces cuando una especie de nube radioactiva cubrirá inesperadamente a Scott por completo con diminutas partículas brillantes que desaparecen en pocos segundos.
Seis meses después, Scott se percata de que su cuerpo está de alguna manera, empequeñeciendo. Serán muchas las pruebas médicas a las que se someterá, pero su proceso de encogimiento no cesa y nadie sabrá darle una explicación a tan extraño fenómeno.
Scott pues, seguirá menguando hasta convertirse en un ser diminuto, con todos los problemas que eso conlleva (su gato doméstico le parecerá un dinosaurio) y deberá sobrevivir como nunca antes hubiera podido imaginar.
Este clásico de la ciencia ficción de serie B está basado fielmente en la novela homónima de Richard Matheson, y está llevado a la gran pantalla por el director Jack Arnold, que personalmente creo que consigue algo dificilísimo, como es el hecho de plasmar en celuloide una idea que, a priori, debería afrontarse con un gran presupuesto (evidentemente, no lo tenían).
Por contra, a base de enormes dosis de ingenio y unos efectos especiales aún sorprendentemente vigentes (sillas y copas enormes, contraplanos muy bien montados o muchos trucos estupendos), la cinta se desprende de su hándicap presupuestario y consigue tener una personalidad arrolladora, como si el proyecto tuviera vida propia.
Sus primeros 45 minutos son tremendamente seductores y magnéticos, logrando una conexión directa con el espectador, que está atrapado con el problema de talla de Scott y ansía saber su desenlace. Sus dilemas existenciales y el rechazo que se causa a sí mismo son sensacionales, regalándonos una introspectiva humana cargada de matices además de un indiscutible peso social (su contínua adaptación al entorno que le rodea está adecuadamente lograda).
La simpleza de su desarrollo la convierte en una película agradable y muy llevadera, con una trama interesante y algunas escenas memorables como las que destacaré a continuación.
El ataque del gato a su casa en miniatura (con sofá diminuto, por cierto), el enfrentamiento con la araña o sus problemas con el agua forman parte ya de la historia del cine, y que sin duda, son secuencias que se lo merecen.
Desgraciadamente no puedo decir lo mismo de algunas partes del film, que añade un discursito bíblico muy molesto (culpa del director, pues él lo metió con calzador), algunas secuencias menos conseguidas e incluso anestesiantemente aburridas (sus aventurillas arriba y abajo del sótano) o ese final fundamentalista que deja tan mal sabor de boca. Su inmersión en la psicología del ser humano y en cómo afronta sus adversidades o miedos están retratadas con criterio y buen hacer, por lo que su fuerza argumental no tiene discusión alguna. Únicamente algunas asperezas religiosas son reprochables, aunque debidas en parte, a la naturaleza del cineasta y su propia visión de la "Creación". Naturalmente se le perdonan esas licencias y aún nos puede resultar simpático el soliloquio de Scott al final del film, pero obviamente condiciona su digestión y no añade nada positivo al conjunto.
Un film pues, del todo estimable y merecedor de su reconocida entidad (se la considera una de las obras de ciencia ficción más influyentes de la historia), pero que no se libra de pequeños apuntes negativos y en mi opinión, le falta objetividad a su planteamiento filosófico.
24 años más tarde, Joel Schumacher rodó una versión casi idéntica titulada La increíble mujer menguante, (1981), que aunque contaba con los pertinentes avances técnicos por el paso del tiempo, no logró significar nada y se olvidó como era de esperar.
El proyecto de un remake lleva paseándose por las oficinas de Hollywood varias décadas, así que no os alarméis si de aquí un tiempo nos "deleitan" con una nueva vuelta de tuerca al asunto con espectaculares efectos de infografia y dos horas de luchas con animales domésticos varios, estrujando la fórmula hasta dejarla seca.
Ese punto moralista es muy habitual en las películas de esos años, grandes clásicos del cine contienen mensajes claros en los que se critica de forma moralista al científico que juega a ser Dios por citar la fórmula más habitual. Por ejemplo, Frankenstein y su secuela, El doble asesinato de la calle Morgue, creo que también Muñecos infernales, y muchas otras que me dejo por el camino.
ResponderEliminarYo la disfruté mucho cuando la vi, aunque la tengo muy olvidada, la verdad. Te recomiendo la de Tod Browning, Muñecos Infernales, con humanos reducidos también y grandes efectos especiales teniendo en cuenta que es de 1936.
Hasta el título por sí solo tiene magia. Qué recuerdos... :)
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