Un reparto extraordinario y una dirección eficaz hacen de esta "Glengarry Glen Ross" una película sobradamente interesante, no ya sólo para los curiosos que quieran ver a Pacino y Lemmon juntos, sino por su retrato veraz del mundo de las ventas.
Una pequeña agencia inmobiliaria de Chicago está en plena crisis. Las ventas son imposibles pese a los intentos de sus expertos vendedores, agotados del pésimo elenco de terrenos que tienen pero que lo
intentan todo incluso de madrugada para convencer a sus clientes y obtener la ansiada firma en el contrato.
Los cuatro vendedores tienen técnicas bien diferentes, tenemos a Shelley (Jack Lemmon), un experimentado vendedor que, alejado de su familia, trata de dar sus últimos coletazos con éxito en su carrera.
Dave (Ed Harris), es un vendedor temperamental que se ha quedado sin recursos ni ganas, y alimenta sus males sorbiéndoles el coco a sus compañeros.
George (Alan Arkin) es un trabajador honrado y sobrio que se siente frustrado como todos, pero al carecer de liderazgo, es el eterno segundón en la oficina.
El cuarto en discordia, Ricky Roma (Al Pacino) es el más capaz del grupo, encabezando siempre la pizarra de ventas y usando la psicología con sus clientes de manera asombrosa, de auténtico maestro.
La visita de Blake, un alto empresario de la central (Alec Baldwin) despierta el miedo en el grupo, que ve peligrar su empleo si no vende rápido los terrenos que les quedan.
En el transcurso de una noche y de la mañana siguiente seremos testigos oculares de conversaciones desesperadas para obtener ventas, compañerismo incondicional entre alguno de ellos, robos premeditados, instigaciones de traición y demás comportamientos para su supervivencia laboral.
Antes de su distribución, la película se exhibió como un ejemplo realista de ventas en algunas empresas por sus claras intenciones de despertar al trabajador dormido incapaz de realizar una venta en condiciones.
El propio autor de la obra teatral original, David Mamet, trabajó en un cuchitril similar en los 70, y sabe subrayar adecuadamente los momentos de tensión que vive el grupo, sobre todo con su jefe directo en la oficina, el infeliz John (Kevin Spacey).
El director James Foley separa las historias para definirlas por separado uniéndolas después entre sí con auténtica maestría, sin duda, debido al esfuerzo del titánico reparto, teniendo en cuenta sus futuros proyectos, casi todos fracasados.
Me ha fascinado sobre todo la interpretación de Al Pacino en el film, consiguiendo un personaje perfecto, sólo al alcance de algunos pocos actores y dotándolo de un magnetismo irresistible e imperecedero. Sus gestos, muecas y alardes de falsa seguridad (un nerviosismo controlado en todo momento) llegan al clímax interpretativo cuando se desata de furia contra Spacey al final del film, una auténtica lección no sólo para el espectador, sino para los propios compañeros de reparto, empequeñecidos por este titán.
Tan sólo Jack Lemmon le hace sombra enriqueciendo la trama con un rol triste, en las últimas, muy lejano de sus papeles cómicos pero manteniendo una fuerte empatía con el espectador, que queda electrizado entre estos dos grandísimos actores. Si a esto le sumamos un espléndido Ed Harris, un comedido pero creíble Alan Arkin y un agresivo pero muy necesario Alec Baldwin, sólo nos queda descubrirnos boquiabiertos a nosotros mismos al terminar el film. Ni tan siquiera la sosa aparición de Spacey desmejora el producto, que sobresale con creces por su increíble selección de actores.
Sus cimientos son las conversaciones, las personas y sus dilemas, los dibujos de personajes y su ametrallado guión, que no nos permite ni respirar para poder entender toda la trama, teatral pero llevada de manera muy lógica al celuloide.
Orquestrada además por una música suave muy adecuada que nos hipnotiza y con ese tratado del guión que consigue convencernos de que cada uno de los personajes, a su manera y con sus razones, debería ganar el Cadillac que le regalan al mejor vendedor. Me quedo con las palabras de Jack Lemmon donde admitía que era el conjunto de actores más extraordinario con el que había trabajado nunca y con ese inconmensurable Pacino que eleva el film estratosfericamente.
Ese año, por cierto, Pacino estaba nominado a mejor actor de reparto (por esta Glengarry) y a mejor actor principal, por Esencia de mujer, el cual le otorgaron. Gene Hackman le arrebató el otro galardón por su papel en Sin Perdón, y de eso estoy de acuerdo, no tiene perdón haberle robado ese Oscar.
Recomendada pues a cualquiera que quiera descubrir a uno de los mejores actores de la historia del cine en un despliegue total de sus capacidades, ni sobreactuado ni comedido, una oportunidad de disfrutar de un Maestro con mayúsculas.
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