martes, 7 de agosto de 2012

EL DETECTIVE Y LA MUERTE (1994)

El cuento "historia de una madre",  del escritor y poeta danés Hans C. Andersen  narraba las desventuras de una madre buscando al mismísimo Diablo para que le devolviera la vida a su hijo, recientemente fallecido. El relato, de naturaleza fantástica, ha sido llevado al teatro en diversas ocasiones, pero solo ha inspirado un film hasta la fecha, el dirigido por el asturiano Gonzalo Suárez  en el ya lejano 1994.
Suárez, amante del cine negro, propone con su  "El detective y la muerte" una difícil composición cinematográfica que, bajo mi perspectiva, naufraga más que fascina debido en gran parte a su narrativa pedante (algunos diálogos son tan repelentes que crean rechazo).
El detective Cornelio (Javier Bardem), debe acompañar al pistolero "Hombre Oscuro" (Carmelo Gómez, el mejor de la función) a la casa azul, donde le esperará "G.M, o la Gran Mierda" (un Héctor Alterio  estupendo, como siempre), para encargarle un caso. G.M resulta ser un magnate a las puertas de la muerte que se acuesta con su propia hija y le regala espectros de sí mismos para su cumpleaños (luego haré hincapié en esto, tranquilos). Su intención es hacer venir a la Duquesa (Charo López) para que su hija se reconcilie con su madre antes de su inminente fallecimiento.
Cornelio, que a su vez se beneficia a la Duquesa, conocerá a María por accidente (la insufrible María de Medeiros), y ésta se le pegará todo el film en busca de alguien que le devuelva la vida a su pequeño muerto (de ahí el cuento anteriormente citado).


Todo esto dentro de una atmósfera cercana al cine negro y ambientada en una ciudad europea indeterminada y en pleno conflicto armado (realmente están en el corazón de Polonia, concretamente en Varsovia).
Como podéis observar, la anarquía argumental empapa el film por completo, regalándonos personajes extrañísimos y situaciones de psiquiátrico (el propio Suárez  confiesa que era imposible plasmar la idea que él tenía en la cabeza), dejándonos tan perplejos como aturdidos al verla.
Con todo y con eso, seguiremos el film con cierto interés, retorciéndonos las neuronas para intentar darle forma y orden al conjunto, casi siempre sin éxito y rozando la tortura en gran parte del metraje. Una prueba dura no apta para todos los públicos, eso os lo aseguro.
Apabullada de diálogos pretenciosos y frases pseudo-intelectuales, el film se mantiene en una cadencia estable hasta el final, sin llegar a estimularnos como en teoría debiera pero sin caer en el aburrimiento más absoluto, siendo un trabajo muy discreto del cineasta pero que sin duda, guarda una fuerte sensación de originalidad.

Aborda aspectos complejos del ser humano tales como la incestuosidad, la codicia, la lujuria o las tentaciones más oscuras (incluidas las paranormales), y por todo eso, merece aunque sea un momento de reflexión fuera ya de su valor puramente cinematográfico.
Las consabidas escenas tórridas propias del cine ibérico tienen también su momento de gloria, como cuando Bardem le proporciona placer a lengüetazos a la provocativa Duquesa (Javier  tardó varios años en quitarse la estampa de gigoló de pelo en pecho) o los gamberros que obligan a María a lamer el bate por ambos lados en una escena digna de película porno (factura y doblajes idénticos además). Tampoco hay que olvidarse de la espectacular Mapi Galán  (la hija y amante del "mierda"), la más buenorra del reparto sin duda, pero que pugna con María de Medeiros  por ver quién es la peor actriz de todas, título reñido también entre los hombres.
Esta vez, Bardem  está por debajo de sus posibilidades, y no sale de "la cara de palo" por culpa de un personaje que le obliga justamente a eso, viéndose eclipsado por un buen Carmelo Gómez  o por el siempre efectivo Héctor Alterio.
El componente poético está presente en todo momento, ya sea por esa pistola que dispara una flor (aún no sé qué despierta en mí esa alegoría), esas conversaciones filosóficas constantes o ese tufo a cine intimista que desprende a cada fotograma. Abierta a interpretaciones varias, esta reflexión en tiempos oscuros no es más que un thriller arrogante y de autor de los que que gusta más a su creador que al espectador, y eso (no sé a vosotros), a mí siempre me crea indiferencia.
Si algo ofrece de bueno aparte de su innegable originalidad y su (a veces), estupenda fotografía, es ese atrevimiento y descaro a la hora de transmitir locura y desolación en los personajes, todos traumatizados y sin esperanzas.


Los poderes inexplicables del moribundo magnate (el hecho de regalar fantasmas de ellos mismos a su hija para que no se pierda su imagen tras la muerte, su inmensa capacidad oratoria, etc,etc...) hace pensar en otra dimensionalidad del personaje en cuestión, como si del propio Diablo se tratase.
Premiada en San Sebastián (a Bardem, por cierto) y nominada a los Goya en 1994 (5 nominaciones y ningún premio), el film se desinfla demasiado rápido en nuestra cabeza, síntoma inequívoco de que no consigue tocarnos muy adentro, pese a lo retorcida y aparentemente interesante que era sobre el papel.
No me iré sin apuntar que cuenta con la efímera colaboración de un actor del todo inesperado, sin acreditar pero que acapara las miradas del respetable cual Marlon Brando. Se trata, como no, del ¡¡¡Sr. Galingo!!!!

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