Tercer capítulo de la primera temporada perteneciente a la serie Masters of Horror, encargada de reunir a los grandes maestros del género para dirigir aislados episodios de terror. En esta ocasión, el cineasta Tobe Hooper (responsable, entre otras, de las dos primeras entregas de "La Matanza de Texas" o "Poltergeist") se pone manos a la obra para demostrarnos que está en plena decadencia cinematográfica.
El veterano director nos plantea una situación interesante de inicio, a juzgar por su engañoso argumento, que irá desvaneciéndose paulatinamente hasta hacerse insufrible pese a sus "eternos" 59 minutos.
En una sociedad post-apocalíptica, la inocente Peggy (una chica canadiense de 17 años llamada Jessica Lowndes, toda hermosísima ella) trabaja en un restaurante y vive con su sobreprotectora madre, la cual pretende prohibir a su hija cualquier tipo de actividad fuera de su trocito de ciudad, debido en parte a la pérdida de su hermana Anna, años antes.
Cierto día, dos parejas de jóvenes gamberros (por llamarlos de alguna manera) entran a pedir unas hamburguesas al restaurante y Peggy se queda prendada de uno de la pandilla, Jak (Sin "C").
Éste la invita a salir una noche y así saltarse las rígidas normas maternas, con intención de visitar la parte prohibida de la ciudad, el Doom Room, un club donde puede pasar cualquier cosa.
Tras un viaje en coche de lo más psicodélico (nuevas drogas a la carta), llegan a su destino. El maestro de ceremonias del lugar (Robert Englund haciendo lo de siempre), es el responsable de las atrocidades que allí suceden, pues inyecta sangre a cadáveres para despertarlos momentáneamente y así crear un espectáculo de lo más bizarro, un baile con muertos.
Todo se torcerá cuando Peggy descubra qué le sucedió exactamente a su hermana Anna y que se esconde tras los muros de ese negocio turbio.
Aunque pueda parecer una premisa mínimamente sugerente, es un producto a esquivar, pues se hace aburrido a más no poder y cae en tópicos que destruyen toda personalidad fílmica. Los antecedentes de Hooper han jugado en nuestra contra esta vez, y costará acercarse a su segunda colaboración con esta serie (La Cosa Maldita, del 2006), pues el listón está por los suelos.
El panorama apocalíptico no llega a ser creíble en ningún momento del film, los personajes son, sin excepción, todos odiosos y los diálogos hay que oírlos para creerlos.
La relación que surge entre los dos pipiolos no puede ser más falsa, y el trazado de los personajes (de acuerdo que su duración no permite gran cosa, pero....) resulta horrendo y bochornoso, indigno para su director. El timón argumental de este inaguantable capítulo se sustenta con el negocio con los muertos, que muy lejos de provocarnos cualquier tipo de interés, nos deja con una indiferencia total, acabando por resultar una soberana tontería. Dentro de lo que cabe, y por mantenerme siempre positivo, comentaré que el antro de perversión donde se celebra la atroz ceremonia cada noche es lo mejor de todo. Un club con midgets, mutiladas y zombies puede ser pura dinamita para el espectador y si además haces bailar a los cadáveres a base de chispazos eléctricos, pues todavía más. Con todo y con eso, la cinta sale malparada de cualquier valoración crítica que se le haga, y no merece la pena aconsejarla por su bajísimo nivel de interés, porque sin ser despreciable, está muy por debajo de lo que la idea hubiese podido ofrecer.
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