Así que éste era el camino, convertir a Godzilla en un producto por y para niños. Se volvió a reunir a Ishiro Honda y éste tenía entre manos una historia muy personal, la cuál estaba deseoso por rodar. Una historia bastante interesante, presentar a Godzilla y compañía como el producto de la imaginación de un niño solitario víctima de bullyng, algo así como La historia interminable (1984) pero en formato kaiju. Una premisa la mar de sugerente que muy pronto se vio truncada por graves hechos. Primero, el presupuesto otorgado por la Toho para esta producción fue bajísimo, y para colmo de males, el alma de Godzilla, Eiji Tsuburaya, murió recién comenzado el rodaje dejando tras él una forma única y mágica de crear cine.
La muerte de Tsuburaya fue la gota que colmó el vaso para Ishiro Honda, ya que Tsuburaya quizás, era uno de los pocos motivos que le quedaba al director para seguir regresando a la eterna saga Godzilla, por lo que se nota, y mucho, que esta producción la realizó con total desánimo y desgana.
Nuestro protagonista es acosado por sus compañeros de clase |
Mantiene largas y "profundas" conversaciones con Minya |
Su padre también le tiene puteado |
El protagonista absoluto de la función es un niño muy seventies, con pantaloncito corto y eterna gorra cosida a la cabeza, que a pesar de ser el marginado del barrio y ser asaltado cada dos por tres por sus compañeros de clase (una panda de delincuentes juveniles), realiza una interpretación repelente y antipática. En casa, el niño se imagina que viaja a Monster Island, donde (¡y atención!) hace amistad con Minya, el hijo de Godzilla, quien disminuye su tamaño a la altura del niño para entablar profundas conversaciones con él.
¿Es el colmo del ridículo?...¡No!. Porque resulta que Minya está igual de puteado que el niño por culpa de un kaiju grotesco y verdoso llamado Gabarah (el mismo nombre que el acosador del niño), y para colmo, su padre (Godzilla), es demasiado exigente con él y no deja de obligarle a entablar batallas monstruosas para hacerse un "hombrecito". Niño y monstruo aprenderán así de sus experiencias para superar las dificultades de la vida.
Gabarah es el enemigo a vencer. Un villano bastante lamentable |
En paralelo a las ensoñaciones del niño, éste es secuestrado en su vida real por un trío de ladronzuelos de poca monta y escondido en una especie de fábrica abandonada, y ya lo que vemos en los últimos 20 minutos de película es para aporrear la televisión. Una mezcla entre un film de Parchís y Solo en Casa, con el niñato venciendo a los ladrones de unas maneras lamentables.
La guinda del pastel viene al final, cuando el niño sigue las lecciones vitales de Minya y resuelve sus problemas de bullyng a hostia limpia. Sí, la moraleja de que debes usar la violencia para resolver tus problemas te deja con un regustillo confuso.
Godzilla le hace a Gabarah una llave de artes marciales que ni Bruce Lee |
El mundo por donde éste se mueve y vive sus días, las calles del extrarradio; sucias, llenas de fábricas, con unos padres eternamente ausentes... un escenario atractivo e interesante.
Del film me quedo con esa secuencia del niño volviendo del colegio, sin nadie en casa, abriendo la nevera y viendo por enésima vez la nota de su madre diciendo que llegará tarde. Comiendo en solitario mientras ve la televisión y finalmente abatido en el suelo, muerto de aburrimiento y dejándose llevar por sus imaginaciones Godzillianas. Esta secuencia es un pequeño momento de oro de lo que podría haberse convertido el film. Lástima del conjunto. Convertir a Godzilla en La historia interminable no hubiera estado nada mal, pero el desarrollo es tan abominable que fracasa toda posibilidad de ver algo decente.
La isla de los monstruos fue un absoluto desastre en taquilla y en Japón sólo fueron a verla 1,5 millones de espectadores. Ishiro Honda no volvería a dirigir ningún film del saurio hasta 1975, la travesía por el desierto de Godzilla había comenzado...
(Redactado por Adrián Roldán)
No hay comentarios:
Publicar un comentario