Los responsables del documental "Caniba", el británico Lucien Castaing-Taylor y la suiza Verena Paravel, estuvieron presentes en la Sala Tramuntana (Festival de Sitges'17) y nos hicieron una breve introducción, de manera excepcional, pues casi nunca se prestan a tales menesteres. Su nuevo trabajo prometía emociones fuertes y hacernos pasar por una experiencia estomagante, y de algún modo lo fue, pero no de la manera que supongo ellos esperaban...
El documental explora y trata de analizar la mente de un criminal antropófago, y se atreve a aproximarse a una figura imposible de olvidar, la del japonés Issei Sagawa (y de paso a su hermano Jun, otra pieza de museo). Issei, mientras estudiaba literatura en la Sorbona parisina en los años 80, se encaprichó de Renée Hartevelt, una hermosa compañera holandesa que, pese a dejarle bien claro que no estaba interesada en él, accedió a cenar en su casa el 11 de junio de 1981.
Tal cortesía fue letal, ya que tras asestarle un golpe en la cabeza con un martillo, Issei la hizo picadillo, la exploró post-mortem (me ahorro detalles, obviamente) y se la zampó poco a poco, lo que le provocaba una enfermiza y reconfortante sensación de proximidad amorosa, idílica y retorcidamente romántica.
No fue difícil detenerle y condenarle, pero por un malabarismo legal incomprensible, el nipón vive ahora tan tranquilo en Tokyo junto a su hermano, que a su vez merecería otro documental para él solito, ya puestos.
El menor de los Sagawa, de ahora 68 años, consciente ya de su repulsiva condición, nos relata sin despeinarse cómo fue todo aquéllo, qué le impulsó y por qué ya no lo volvería a hacer, pese a no poder evitar pensar en atrocidades día sí, día también (algunas, según relata, inconfesables por su extrema crueldad).
Sin duda la concepción del documental es más que sugerente, morbosa y llamativa, y aunque nos provoque rechazo social en mayor o menor medida, todos queremos indagar y saber un poco más sobre el enajenado japonés (o eso creo).
Lo que sucede es que el tándem de hipsters Lucien &Verena filman acorde con el asunto, o sea, incómodamente. Planos detalle o primerísimos primer planos desenfocados y movidos sobre la tez del protagonista, silencios prolongadísimos, secuencias en vacío y trucos desesperantes explorando espacios nos sitúan entre la pequeña línea del aburrimiento y el hastío el 95% del metraje, provocando el murmullo en el público, nervioso por ver que no pasa ni dicen nada en pantalla.
Puedo llegar a comprender que la pareja de "auteurs" huya de lo políticamente correcto como objetivo de su autoría, incluso que pretendan romper todo tipo de convencionalismos formales, no caer en lo cómodo y lanzarnos un nuevo reto fílmico, pero el resultado no es otro que un efecto somnífero, casi narcótico en la audiencia (y mucho abandono de sala).
La historia de uno de los más célebres antropófagos confesos es fascinante, no lo pongo en duda, y se agradecen esos pequeños momentos WTF que contiene el film (un repaso al manga creado por el mismo Issei relatando lo acontecido (¡de ver para creer!), secuencias pornográficas o incomprensibles parafilias), pero en conjunto se trata de un trabajo muy irregular, por momentos insoportable y que desborda cierta pedantería en su puesta en escena, más caprichosa y experimental que funcional.
Me quedo con el temerario intento de arrojar algo de luz sobre el comportamiento caníbal en el ser humano, lo que ha supuesto acercarse de la manera más desprejuiciada posible a tan complejo sujeto y la reflexión final sobre el verdadero sufrimiento de una mente tronada, tan compleja y dañada que se autodestruye día a día, tratando de controlarse.
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