Admito que el visionado de "Las últimas supervivientes" (The final girls, 2015) se me antojaba como la enésima vuelta de tuerca dentro de ese subgénero tan transitado y manido que es el slasher o el mal llamado "cine de hachazos". Y es que, aunque en rigor y a fin de cuentas siga siendo eso, el film dio por completo la campanada y acabó por convertirse en una de las sorpresas más gratas de todo el Festival, tanto para el público, entregado como nunca, como para la ceñuda crítica (lamentablemente cada año más hipster), que esta vez sí coincidió con el respetable. No en vano fue galardonada con el Premio especial del jurado junto con el de Mejor Guión, hecho que crea un precedente para mí, ya que en esta ocasión, estoy del todo de acuerdo.
La película del norteamericano Todd Strauss-Schulson ha supuesto algo más que una simple parodia sobre los slashers al uso (género que a menudo ya roza la comedia de modo involuntario), pues llega a ser lo suficientemente inteligente como para reinventarlo aún usando sus mismas armas, creando algo totalmente distinto e incluso novedoso. La premisa que lanza Strauss-Schulson no tiene desperdicio : la joven Max ha sufrido la reciente y durísima pérdida de su madre, la que en los 80 fuera una famosa "scream queen", protagonista de una cult movie titulada "Camp Bloodbath".
Con motivo de la reposición del díptico Bloodbath en la ciudad, los amigos de Max la convencen para que asista a la proyección, pues sería un honor que la hija de la gran protagonista estuviese presente en el evento.
Lo que ni Max ni sus amigos se esperaban es que, debido a un suceso de lo más fantástico durante el visionado, unos cuantos acabarán por entrar, literalmente, dentro de la película. Y será entonces cuando nuestra protagonista, pese a poder reunirse con el famoso personaje que hizo su madre en los años ochenta, deberá enfrentarse también al asesino del machete que por ahí pululaba, obligada a cumplir las reglas que el guión les tiene marcado si no quieren que la pesadilla entre en un interminable bucle.
Lo primero que percibimos en The final girls es un claro homenaje al "Viernes 13" original, el que para algunos fue el film precursor del género, y que sin duda es tan válido como lo hubiese sido cualquier otro de los cientos que existen del mismo corte.
El hecho de situar a un grupito de teenagers de hoy en día en medio de un slasher clásico resulta, ante todo, una idea muy divertida. Casi diría que brillante. El nivel cómico es sorprendentemente alto en casi todo el film, con multitud de aciertos de toda índole y con escenas del todo memorables como ese uso del flash back (tanto técnicos como narrativos, excelentes todos), la fogosa secuencia en slow motion (verdaderamente hilarante), o los múltiples e incontables guiños, ocultos o no, que ofrece el film.
Una más que entrañable cinta que satisface sobre todo al aficionado al cine de cuchilladas, pero que tiene la suficiente solidez como para traspasar la línea de género y atraer a todo tipo de público.
Lo único que, a mi entender, podría frenar su condición de cult movie instantánea es ese abotargado dramatismo materno filial, un gore demasiado escuálido, preocupante escasez hemoglobínica y aunque muy puntuales, algunas bromas ruborizantes impropias de un film de este calibre.
(Redactado por Jesús Álvarez).
Barney Thompson es un fracasado en toda
regla, bien entrado en la mediana edad, soltero empedernido, solo ha
llegado a ser un mal barbero de una triste peluquería de Glasgow. Con
una vida mediocre y vacía, donde ya es demasiado tarde para aspirar a ningún
progreso social, también es ninguneado en el trabajo por sus propios compañeros. A su día a día gris hay que sumarle una
madre de armas tomar: vividora, alcohólica, aficionada al bingo y a las
apuestas, con un fuerte carácter que tiene completamente dominado al
pobre Barney, que se siente empequeñecido a su lado. Su repetitiva
rutina sufre un cambio inesperado el día que su jefe le comunica que va a ser
despedido tanto por su incompetencia con las tijeras como por su mal
talante y relación con los clientes; propiciando un accidente absurdo y
para nada planeado que le convierte en un homicida involuntario. Este
acto desencadena toda una serie de sucesos que no harán más que
complicarle la vida hasta límites insospechados, cuando sea el blanco
del incompetente cuerpo de policía que sospecha de él además de por la
"misteriosa desaparición" de su jefe, por una serie de macabros crímenes - obra de un psicópata - que
están asolando el país. Improvisando y mintiendo sobre la marcha a partir de ese momento, todo
puede venirse abajo en cualquier instante para el pobre Barney.
El actor escocés Robert Carlyle, bien conocido por papeles en películas como Trainspotting (1996), Full Monty (1997) o Riff-Raf (1990), debuta aquí detrás de las cámaras adaptando el primer libro de la serie creada por Lindsay con The Long Midnight Of Barney Thomson.
La
película se adentra dentro del género del humor negro, tendiendo a
coquetear con el absurdo, lo que a ratos funciona muy bien mientras que
en otros resulta un tanto más forzado, pero que en líneas generales le da vida a la historia. Resulta complicado obviar un
cierto regusto al cine de los hermanos Coen, concretamente al personaje
protagonista de Fargo (1996) o la serie homónima que hemos
disfrutado este mismo año. En ambas, dicho personaje hace caer la primera
pieza del domino -queriendo o no- y el resto de fichas caen en cadena, imparables desde
ese momento y su destino ya no depende de sí mismo. La hilaridad de
ciertas situaciones se entremezclan con otras escenas brutales, que de
tan excesivas pierden su crudeza para convertirse en una nueva broma
(así por ejemplo, la aparición de partes de cuerpos enviadas por el misterioso
asesino en serie despiertan más la risa que la repulsión).
Si Robert Carlyle está muy bien como Barney
Thompson, dándole los matices necesarios según la situación; quien de
verdad lo borda es Emma Thompson encarnando a su madre, con una
caracterización para envejecerla no menos de 20 años, creando uno de esos
personajes que quedan muy grabados y que se alejan de sus roles habituales donde suele explotar su belleza.
Buena
comedia de ritmo ágil, divertida y que solo en algunos momentos peca de
ciertos excesos que lastran ligeramente algunas escenas, con todo
perfectamente disfrutable.
(Redactado por Marc Ventura)
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