Si la edición del 2013 nos trajo la última obra de Hayao Miyazaki -El viento se levanta-, en la de este año hemos podido disfrutar del que posiblemente sea el último trabajo de Isao
Takahata, que con casi 80 años vuelve a demostrar que el Studio Ghibli es una garantía casi infalible de calidad animada.
Ambos maestros, sin embargo, tienen un estilo personal que diferencia generalmente el tono sus respectivas obras. Miyazaki suele utilizar un imaginario donde impera la magia y toda una suerte de seres fantásticos -vease El castillo ambulante, El viaje de Chihiro o la colorista Ponyo en el acantilado, por citar algunas-. Mientras que Takahata suele encaminar sus trabajos hacia un realismo más terrenal -como en Recuerdos del ayer y la dura La tumba de las luciérnagas-, aunque en esta última obra que nos presenta se haya decidido a adaptar un cuento popular anónimo del siglo IX, "El cuento del cortador de bambú"
y tenga ciertos elementos imaginarios. Lo que sí tienen en común es que
en muchas de sus películas los grandes protagonistas son niños, y The Tale of the Princess Kaguya no es una excepción a esa regla no escrita, siendo de nuevo una niña el eje central de la historia.
Aquí,
nos presenta a una pareja de ancianos que vive en el Japón rural que encuentran a una minúscula niña dentro de una planta de
bambú; que crecerá de manera acelerada y mágico a partir de ese
momento, pasando enseguida de un bebé recién nacido a una niña. Adoptada
por la pareja, que cuidarán de ella mientras va camino de
convertirse en una bella mujer. Sin embargo el convencimiento que tiene
su padre adoptivo de que se trata de una princesa, hará que decida
sacrificar su vida de siempre para trasladarse a la gran ciudad, donde
pueda encontrar un marido conveniente para su posición.
El
trasfondo del largometraje toca ciertos temas como son el paso de la
niñez a la vida adulta, donde se cambia la inocencia y más o menos
idílica existencia infantil, por una serie de sacrificios en pos de unas obligaciones y lo
convenientemente bien visto socialmente.
De esta forma la princesa se ve
obligada a abandonar el bosque, sus amigos de infancia y toda la
inocencia de sus primeros años para trasladarse a la gran ciudad para
aprender las maneras de una dama de alta sociedad y el protocolo social
que se le exige. Takahata logra transmitir con un dibujo
artesanal, aparentemente sencillo y de trazo imperfecto coloreado con
acuarelas, todas las emociones y sentimientos que asaltan a la joven
durante estos años de transición. Sus dudas y rechazos iniciales, hasta
la aceptación un tanto frustada -típica del mundo adulto- de hacer lo
que se le exige en contra de lo que quiere.
Escenas como la huida
de la joven mientras caen sus ropas por el camino, son todo un logro de
la animación. Así como la parte en que cinco pretendientes intentan
agasajarla con cumplidos estériles y terminan teniendo que irse a buscar
a lo largo del ancho mundo unos tesoros muy precisos para lograr su
mano, tienen ese toque de las leyendas y cuentos tradicionales de toda
la vida
Una delicia de la animación que seguro terminará
siendo un clásico de referencia, quizás el único pero que le pondría es
un exceso de metraje -aunque siendo el noveno día de Festival, el
cansancio mental puede que tenga algo que ver-. Todo lo demás es una
delicia, la animación, el colorido, los detalles de vestimentas y
decorados, así como la historia, un precioso cuento de toda la vida que
en manos de Studio Ghibli se convierte en un tesoro que se
permite incluso un final nada habitual para un film de animación, nada
complaciente y más bien triste y desolador, que nos deja pensativos
mientras empieza a sonar la múscia de los créditos - por cierto un
elemetno más que a lo largo de todo el metraje se conjunta a la perfección con las imágenes-.
(Redactado por Marc Ventura)
Una de las películas que sobre el papel más me intrigaron al planificar la agenda del Festival fue The tribe, obra ucraniana que había causado sensación -y con eso incluyo la repulsa- en Cannes. Cuya premisa era al menos rompedora y
diferenciadora, lo que no es poco en un panorama cinematográfico tan
globalizado en el que vivimos, con la repetición de temas y clichés de
forma exasperante.
La propuesta de The tribe debe aplaudirse por varios motivos, la primera de ellas sería la virtud de resultar estimulante: Miroslav Slaboshpitsky -director y guionista-
nos introduce en un mundo exento de lenguaje verbal de ningún tipo, ni
tan solo un mínimo apoyo en forma de indicaciones o subtítulos;
únicamente tendremos los fríos sonidos reales -sin artificios ni
música-, junto al uso del lenguaje de signos por parte de los sordomudos
que conforman la historia. Solo por ello, nuestra habitual
predisposición y comodidad con la que afrontamos el visionado de una
película, se ve turbada, nos exige un doble esfuerzo para adaptarnos y
hacernos con a la nueva situación.
Todo ello potenciado por el uso
de largos plano-secuencia en todas y cada una de sus escenas -unos
estáticos y otros en movimiento-, generando una desasosegante sensación
de que estamos viendo la escena tal cual, desnuda, sin maquillaje,
cobrando un tono más duro hacia el espectador que se siente testigo
presencial de lo que ocurre en pantalla. La larga duración de muchos de ellos llega a incomodar, más aun cuando el cine actual tiende a una breve duración de planos
con un lenguaje cinematográfico cómodo a nuestros ojos. Asimismo la
ausencia del habitual plano-contraplano con el que se nos transmiten los
diálogos, cambiado aquí casi siempre por planos generales que muestran
más al grupo que al individuo, es otro punto con el que tendremos que lidiar.
El film arranca con la llegada
de un joven sordomudo a un internado especial en el que desde el
principio se ve obligado a ser partícipe de una banda que controla y
explota al resto de los estudiantes del centro para beneficio propio -la
tribu, para que nos entendamos-.
Todo en el centro estudiantil
está pensado para crear en el espectador una sensación de
vulnerabilidad, empezando por el propio edificio medio destartalado,
frío, enorme y que en ciertos momentos puede hacernos pensar más en un
centro penitenciario que en un lugar pensado para el estudio y
desarrollo de unos jóvenes -al menos si pretendemos que crezcan sanos-. Escenario ideal por el que pululan
libremente una serie de chicos que sin ningún tipo de escrúpulo, roban,
apalizan y prostituyen a sus compañeras -muy lograda la escena de la
camioneta en la que vemos por primera vez a las chicas pasar de estar
vestidas recatadamente a estar listas para satisfacer a camioneros en un
párking nocturno-. Más chocante resulta la aceptación sin ningún dilema
ni frustación con el que las chicas se entregan al trabajo nocturno al
que son guiadas por sus "amos".
Solo el recién llegado querrá
romper con esa dinámica, pero no por el conflicto moral que puede
generar una situación de este estilo, sino al enamorarse perdidamente
de una de las jóvenes, siendo por puro interés, egoísmo y un fuerte
instinto de posesión que le llevarán a enfrentarse con el resto de
integrantes del grupo.
La película resulta interesante, atrapa
al espectador a la vez que lo incomoda, con algunas escenas de sexo
explícito -no tanto por su crudeza como por la frialdad con que nos
llega-, pero nada comparable con lo que nos reserva el tercio final del
film: la durísima y descarnada secuencia de un aborto practicado en unas condiciones insalubres y lamentables -de realista, es una de las más difíciles con las que me he enfrentado- y ya en el clímax final, donde el sonido cobra una particular importancia,
totalmente chocante, que nos despierta un poco de la realidad en la que
nos encontramos al recordarnos la importancia de la ausencia del
sonido.
Una propuesta no exenta de un potente mensaje de fondo, donde la violencia, la falta de moralidad y el afán de ganar dinero, parecen ser el único camino que los jóvenes ven en su futuro. Totalmente recomendable.
(Redactado por Marc Ventura)
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