Tampoco vemos que se sienta reconfortado con las palabras de ánimo del doctor a su cargo:
- Alain...la vida es algo bueno.
- ¡Dígame en qué!, doctor. Responde amargamente.
Esto es lo que nos deparan los primeros minutos de El Fuego Fatuo (Le Feu Follet, 1963), uno de los films más aclamados (y difíciles de digerir) que ofreciera la Francia de principios de los 60.
Intencionadamente rodada al margen de la -para muchos- irritante y a menudo inaccesible Nouvelle Vague, pero con algunos inevitables puntos en común con este movimiento, el film de Louis Malle centra su discurso en el último día y medio con vida del citado Alain, un adulto cansado de su existencia que ha tomado una trágica determinación, suicidarse al día siguiente.
Conocedor de que su acomodada estancia en el sanatorio de desintoxicación llega a su fin y sin nada que le espere fuera, Alain decide salir a París a despedirse de aquellos que, de un modo u otro, han dejado huella en su vida.
Alain con su arma. Mañana se mata. |
El suicidio nunca debería convertirse en una salida, pero lo será para Alain, ya que entiende que ha perdido por completo su identidad y no le queda nada; ni tan siquiera su ausente mujer americana, tan lejos que ya no le importa.
Años atrás, su fama de chico irresistible, de juerguista y Don Juan, era sonada en París. Su estela llegó casi a ser legendaria, como así lo recuerda el chico que estuvo a su lado en los San Fermines, el tipo que rememora sus valientes carreras en Karts por la ciudad, más un sinfín de recuerdos del estilo que alimentan su ya irreconocible estampa.
Los mejores momentos, sus antiguas conquistas. |
La sombra en el cristal no engaña a nadie... Alain no paseaba solo... |
A todos les avisa que se va, que les deja. La jornada dará para mucho; reuniones incómodas, varios intentos de frenar su impulso, falsedades varias y caras de incredulidad ante lo que para todos parece ser casi otra broma más del antiguo conquistador.
Basada en la novela homónima de Pierre Drieu "La Rochelle", la obra de Malle desprende una fuerte dosis de melancolía y sufrimiento, además dentro de un encuadre tan derrotista como decadente en términos cinematográficos, pero sin duda también consigue emanar un cierto tufo a verdad, a dolorosa y casi poética verdad en su interior.
Despidiéndose sinceramente de sus amigos Parisinos |
Acompañaremos pues al derrotado Alain (idóneo Maurice Ronet) en su espiral de pensamientos negativos, de autoconvicción pesimista sin remedio. Pero todavía ofrece más capas de lectura.
El mundo del cual él se despide también parece estar podrido, no descubre signo alguno de alegría por vivir ni motivos suficientes para seguir en él. Y así se nos muestra, un mundo moribundo, casi muerto.
Sus amigos, socialmente adormilados, parecen zombies encerrados en sus hogares, gentes de personalidades anuladas sin ninguna proyección vital. Igual con sus amantes, conocidos, las enfermeras... Nadie parece estar realmente vivo.
Film pues determinantemente sobrio -que no aburrido-, denso -mas no sesudo- y tranquilo -aunque no lento-, que en ningún momento recurre a la trampa (aunque si al cartón, como demuestra la escena del reflejo en los cristales (ver foto)).
Reescribo:
ResponderEliminarMagnífica película. De mis preferidas. Cuando tenga el blog nuevo, colgaré la que hice sobre el punto de vista de la misma peli.
"El suicidio nunca debería convertirse en una salida". ¿Por qué no? Otra cosa es que haya/falte valor.
¡Saludos!
Sigo firme en mi idea de que el suicidarse no "deberia" convertirse nunca en una salida. Si se comete, es justamente por ausencia de valor y coraje ante una situación que te supera, que te desborda.
EliminarNunca he pensado que haya que ser valiente para suicidarse, tan sólo estar atravesando una época de absoluta ofuscación vital. Pero seria un debate extenso, como diria Echarri...
Sí, podríamos extendernos, efectivamente, como diría nuestro querido y admirado Echarri (ya es ídolo, casi).
EliminarPero el suicidio se debería de ver como un derecho. Allá cada cual con su vida. Esto de seguir por seguir... Qué daño ha hecho (y sigue haciendo) la moral cristiana, Jesús. Piénsalo. Ahí está, en el extremo, la eutanasia, sin ir más lejos.
Al final no lo compartirás. Más que probable.