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lunes, 8 de agosto de 2011

YO CONFIESO (1953)

El maestro Hitchcock abordó el asunto eclesiástico mediante una intrigante trama, donde sitúa entre la espada y la pared a un sacerdote que deberá respetar el secreto de confesión de un caso de asesinato.
Otto ejerce como sacristán en una parroquia de Quebec, pero cierto día le sorprenden robando en casa de un adinerado abogado, al cual asesina. Otto huye entonces del lugar del crimen y se dirige a la iglesia para acabar confesándose al padre Logan (Montgomery Clift), que se verá moralmente obligado a mantener en secreto su dura confesión.
Al parecer, Otto vestía una sotana al huir del crimen y todas las sospechas apuntan al padre Logan, que atormentado por un secreto que lo exculparía simplemente confesándolo, se mantiene firme en su voto eclesiástico.
Estamos ante una sencilla pero excelente historia de falsa culpabilidad que tanto le gustaban a Hitchcock, creando un ritmo sofocante y consiguiendo hacernos vivir la angustia del silencio tan de cerca que traspasa la pantalla.
Lo fascinante del proyecto, en mi opinión, es el desarrollo en sí, tratado con maestría y un pulso exquisito, sin ápice de aburrimiento pese a su obvio paso del tiempo.
Rápida, muy digerible y que consigue abrir un debate más allá de filosofías y credos, llevándonos por un camino de ética por encima de los intereses personales, una verdadera lección de humanidad. La angustia se retrata a través del rostro de Clift, que sin estar espléndido, consigue apañárselas para estar a cierto nivel interpretativo y hacer creíble su personaje, pese a los encontronazos con Alfred durante el rodaje.
En el montaje original el sacerdote Logan acaba ahorcado, pero el puritanismo de ciertos censores prohibieron ese desenlace, que por otro lado, fue rediseñado con auténtico pulso narrativo salvando la papeleta perfectamente. Desenpolvando una antigua relación aún palpitante del padre Logan, logran herir interiormente al sacerdote, que en más de una ocasión casi se le escapan las palabras que hubiesen acabado con su personal infierno.
Su antiguo affair Ruth (Anne Baxter), será determinante en la conclusión del caso, cada vez más oscuro para el porvenir de Logan, atrapado bajo su fuerte creencia católica. De hecho, viendo como el pueblo le critica duramente, entendemos que muchas veces, la ignorancia hacia cualquier tema comporta descerebramiento general, causando altercados fácilmente solucionables con un poco de información. El inspector Larrue (un perfecto Karl Malden) será el encargado de adivinar el por qué del silencio del cura y descubrir realmente al verdadero asesino, tarea nada fácil sin la confesión de Logan.
Una película tan interesante como sobria, respetuosa y crítica a la vez, aunando criterios y abriendo continuos debates éticos y morales muy necesarios en aquella época y en la nuestra.
Un conjunto de elementos que funcionan perfectos, haciendo de esta filmación una fascinante intriga tan disfrutable como agónica, sin respiro.
La única nota no tan buena que podría argumentar es la pasada relación entre Logan y Ruth, que se desliga de la sobriedad del conjunto para intentar explicarnos una ñoñería sin química entre ambos.
Sin tener eso demasiado en cuenta, he vuelto a disfrutar una obra maestra más del nunca ganador de un Oscar Alfred Hitchcock. Recomendada para paladares cinéfilos.

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