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viernes, 16 de marzo de 2012

EL CASO DE LOS DEDOS CORTADOS (SHERLOCK HOLMES Y LA MUJER DE VERDE) (1945)

Undécimo capítulo de las correrías del sagaz investigador Holmes y su buen amigo Watson, interpretados una vez más por la mítica pareja Rathbone-Bruce. En esta ocasión, la policía de Scotland Yard recurre al famoso detective para esclarecer un difícil caso de un asesino en serie que acostumbra a cortar un dedo a sus víctimas.
Gracias a sus constantes suspicacias, Holmes desenmascarará un extraño caso paralelo de presuntos hipnotizadores, cuyos intereses parecen ir paralelos a los citados crímenes.
Pocas sorpresas nos depara este nuevo episodio de la serie Sherlock Holmes (desde 1939 a 1946), y que tras "La Casa del Miedo" y "Sherlock Holmes persecución en Argel", de ese mismo año, poco podía ofrecer ya al agotado espectador, que necesitaba un descanso de las pedanterías del ficticio detective británico.
Centrándome en este film en particular, podría decir que contiene tan sólo un par de deducciones interesantes por parte del famoso sabueso, y que por supuesto no son lo suficientemente convincentes como para enamorarnos, resultando del todo plana en su construcción.
Que no nos quepa duda de que si lo trasladáramos a nuestros días, esta saga sería una serie de televisión en toda regla, con actores jóvenes y guapos que solucionan capítulo a capítulo casos imposibles sin despeinarse. Por lo menos, aquí no hay un elenco deslumbrante que acapara las carpetas de las adolescentes, sino que más bien se trata de una adaptación fidedigna de los escritos de Sir Arthur Conan Doyle, evidentemente tomándose sus licencias gratuitas y cortando por lo sano en temas comprometidos, por supuesto (aquí, los opiáceos no son bienvenidos). Lo mejor de "Sherlock Holmes y la mujer de verde" (en blanco y negro pierde un poco de sentido el título, pero en su versión coloreada desvela la trama al instante, por lo que no sé que es peor) es su corta duración, su conciso entramado argumental y su fácil digestibilidad, que la convierten en un pasatiempo con cierta entidad y que requiere de un mínimo esfuerzo para obtener una reconfortante sensación de pleno entendimiento. Aquí no falta el cerebral Moriarty (el actor que más me ha gustado, aunque sin llegar a entusiasmarme), el humor infantil de Watson (causa vergüenza ajena) o el jugueteo de Holmes con las mujeres fatales, las drogas (flojitas, no os hagáis ilusiones) y las armas.
El elemento más original del guión es la aparición de la hipnosis como posible causa de los asesinatos, lo que consigue despertarnos cierto interés momentáneo, pero que lamentablemente, ni dura demasiado ni está aprovechado en sus posibilidades.
Por contra, los aspectos negativos (o adversos) sobresalen más que el resto, dejándonos una sensación final de extremada cautela fílmica (ni rastro de sangre, algunas muertes fingidas del todo bochornosas como el fiambre de la puerta o la carencia absoluta de imágenes impactantes) que no seducen nada y son un ejemplo de la estrechez neuronal de los censores de la época.


Como entretenimiento pseudo-intelectual facilón puede servirnos una hora, pero se le acaban las fuerzas insultantemente rápido, salvando la escena final de la cornisa, que aún nos mantiene un pelín en vilo.
Otra más pues, de las películas del Holmes original, que sirve como dosis para el amante más acrítico de la saga pero que no ofrece rasgo alguno de originalidad más allá de pequeños aciertos de guión.
Recomendable para todo aquél que quiera resolver un caso "elemental" jugando a ser detective, sin devanarse demasiado la sesera.

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