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martes, 10 de enero de 2012

ARREBATO (1980)

El recientemente fallecido cineasta donostiarra Iván Zulueta tuvo una intensa vida dedicada al mundo del arte, en cualquiera de sus formas y posibilidades, aunque siempre desde un enfoque vanguardista. Dedicó parte de su carrera a la creación de carteles de cine y a la realización de cortometrajes, donde obtuvo cierto reconocimiento nacional e incluso internacional. Heroinómano y aburguesado (su padre era banquero y director del festival de cine de San Sebastián), en su trayectoria cinematográfica tan sólo constan 3 largometrajes (uno de ellos ni tan siquiera lleva su firma), todos dotados de una atípica personalidad fílmica y un tono de amoralidad insólito en aquella época.
Su obra más conocida es "Arrebato", un film de carácter experimental que hemos recuperado gracias a la edición en DVD (estuvo 30 años maldita) y que merece un punto y aparte en nuestro espacio blogero.
Narra la historia de José Sirgado (interpretado por Eusebio Poncela), un cineasta en horas bajas que no consigue salir de una crisis creativa, y que en el terreno personal no logra consolidar su ruptura con Ana (Cecilia Roth), una drogadicta que se niega a aceptar la realidad de su relación.
José recibirá noticias de un inquietante desconocido, adicto al Super 8 y que vive obsesionado por descubrir la verdadera esencia del cine, rodando cosas abstractas y proyectándolas sin parar. La pasión por el cine de este individuo (encarnado por Will More) le servirá a José para recuperar parte de su inspiración, aunque las cosas se les acaben yendo de las manos.


En primer lugar me gustaría dejar una cosa clara acerca del film de Zulueta, y es que resulta del todo inclasificable. Tratar de darle sentido a todo su contenido sería un esfuerzo inútil y explicar la complejidad de su puesta en escena sería caer en el error de intentar etiquetarla. En esencia, estamos ante una película experimental, de autor, repleta de delirios egocéntricos y demás desvaríos intelectuales, sólo apreciable para verdaderos puristas de insólitos ejercicios visuales (al parecer, no pertenezco a ese selecto grupo de gourmets). Engloba diferentes géneros cinematográficos dentro de su metraje, pero tal vez el drama encabeza el propósito real de su proyección, con unos personajes autodestructivos y perturbadores que tratan temas como las drogas, el sexo, las obsesiones extremas o la muerte desde un punto de vista amoral, sin ápice de inclinación formal hacia ningún juicio preestablecido.
Su visionado es realmente indigesto y extraño, hipnótico por momentos y autocomplaciente en según que minutos, lo que acaba por ser un plato poco (o nada) recomendable para el espectador menos entregado a los debatibles encantos del llamado cine de culto.
La historia del trío principal está repleta de situaciones anómalas, casi inexplicables y capaces de descolocar al más racional, ya que uno de sus cometidos es tratar de desmoronar toda nuestra lógica e intentar absorvernos con sus imágenes, como el desquiciado que hay en pantalla filmando en Super 8.


Los actores realizan unas interpretaciones en caída libre, asumiendo que cualquier aporte desquiciante va a ser bien recibido y aplaudido, porque dentro de su ideal artístico, cualquier acto de locura será válido. Suponiendo que estuviéramos dentro del reducidísimo grupo de defensores de dicha película, podríamos encontrar en ella unas buenas dosis de estilismo narrativo anticomercial, una abrumadora síntesis humana que escapa de la pantalla y diversos excesos de naturaleza bien diferente a lo que estamos acostumbrados a encontrarnos. Originalmente tenía una duración de 180 minutos (se quedó finalmente en 105), lo que se convertiría en un buen castigo psicológico del que nadie saldría cuerdo, llegando casi a considerarse tortura.
Tildada como obra maestra por algunos (Aguilar se deshace en elogios hacia ella), para mí ha representado un film harto anodino, sobrevalorado y engañoso, del que, eso sí, nadie saldrá indiferente. O lo amas o lo odias, no existe término medio en este caso.
Imposible pues recomendársela a nadie, sería quizás la opción menos aconsejable para una tarde cinéfila de garantías que hayamos colgado en el blog, pero sí resultará una elección perfecta para ese tipo de público inconformista y transgresor que busquen imágenes de extraño poder visual y fuerte aturdimiento psíquico.
Personalmente, pertenezco al grueso de público que la siente pretenciosa y aburrida, pero mi castigado cerebro puede llegar a entender el otro lado de la moneda, y comprender que mantiene un encanto sociológico muy peculiar, raro de ver en nuestro cine, no me cabe la menor duda al respecto.

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