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sábado, 2 de julio de 2011

NO TOQUÉIS LA PASTA (TOUCHEZ PAS AU GRIBSI) (1954)

Cuando se habla de cine negro siempre nos vienen a la cabeza imágenes de las películas americanas que han sido las que más han tocado este género, con esas historias de perdedores, las femme fatale de turno y esa ambientación tan típica. Sin embargo, el mismo concepto de "film noir" fue acuñado en Francia en la década de los años 30 por parte un crítico francés, por lo que no es sorprendente que la que tenemos entre manos hoy sea de esta nacionalidad y género.
"No toquéis la pasta" nos cuenta el último golpe que dan dos delincuentes ya entrados en años, Max (Jean Gabin) y Riton (René Dary), buscando retirarse de una forma definitiva una vez hayan podido transformar en dinero los 50 millones que acaban de robar en forma de lingotes de oro. Pero un botín tan grande tentará a más de uno, y una banda de gángsters rival dirigida por Angelo (Lino Ventura) se entrometerá, haciendo que su plan no sea tan fácil de cumplirse.
Tengo que reconocer a medida que la película me descubría sus cartas me ha ido sorprendiendo, me imaginaba una historia de gángsters y robos más bien típica y me he topado con una que sabe explotar muy bien la parte humana de sus personajes, consiguiendo una empatía hacia ellos que no suele ser habitual en la gran mayoría de producciones. Y lo que es más importante, sin descuidar una muy buena trama ni que esto afecte a su desarrollo.
Los personajes de Max y Riton reflejan claramente que su gran momento ya ha pasado, eso se hace plausible en toda la película, en la que el director (Jacques Becker) muy acertadamente consigue una gran ambientación crepuscular y se centra sobretodo en estos dos personajes para demostrarnos que todo lo que les queda es la amistad que les une desde hace tantos años. Tenemos grandes escenas en que esto queda ejemplificado, como cuando se sientan a compartir unas tostadas y un poco de foie, y se van criticando uno al otro lo acabados que están: que si la papada, que si las bolsas en los ojos... creando un clima de camaradería y confianza que se completa cuando se disputan quien duerme en el sofà y quien en la cama.
Otro gran punto es lo bien escenificado que está el entorno por el que se mueven estos personajes, mostrando los lugares a los que suelen ir, sus viejas amistades y conocidos, sean o no del mundillo delictivo. Pero una buena historia de cine negro (y esta lo es), quedaría coja sin los elementos habituales en estas películas, y afortunadamente los tiene y los emplea con maestría.
La acción va in crescendo, y como no podía ser de otra manera, la violencia también: con secuestros, persecuciones, traiciones, femme fatale de por medio, metralletas y palizas (genial la escena en la bodega, con la mujer de uno de ellos mirando sin inmutarse como le pegan a uno de la banda rival, dando a entender lo acostumbrada que está tras toda una vida respirando y viviendo en ese mundillo), pero todo transcurre con una naturalidad lejos de esa acción a ritmo de videoclip que nos venden actualmente. Y de fondo un poco de música de jazz que acaba de darle ese puntillo final tan acertado. 
Jean Gabin está fantástico y logra con su actuación comerse la cámara en cada escena en que aparece (también me encantó en El muelle de las brumas), pero no es el único que destaca, todo el reparto está a un altísimo nivel haciendo creíbles sus personajes, perfectamente trazados, logrando tenernos durante todo el metraje atentos a la pantalla.
Un gran guión, basado en la novela de Albert Simonin, y en la que colaboró el director Jacques Becker, consiguen que la historia ruede sola con el ritmo justo que le conviene, y que acaba convirtiendo esta cinta en un pequeño clásico que desconocía hasta hace bien poco, totalmente recomendada para disfrutar de una cinta de gángsters con un toque muy personal y una alabanza a la lealtad y la amistad.

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