Una serie de filmes que de un tiempo a esta parte podemos ir degustando online o incluso por Netflix (caso de la divertidísima Baaghi, entre otras) y cómo no, también en festivales, están sembrando el optimismo en el público occidental, pese a las claras trabas culturales que impiden su total análisis o comprensión. Es el caso de "Tumbbad", una de las pocas proyecciones hindúes dentro de la programación del Sitges 2018, y que tras el buen sabor de boca que nos dejó "Psycho Raman" dos años antes, no tardamos en decidir escogerla.
La historia recae en esta ocasión sobre un joven que vive en las afueras de la ciudad de Tumbbad junto a su hermano, su madre y una bisabuela monstruosa a la que alimentan como pueden, pues lleva décadas casi momificada, sorprendentemente con vida, aunque bajo el raro influjo de algún tipo de maldición.
Solo la anciana embrujada parece conocer el secreto de un tesoro escondido, lo que llevará al joven a cometer todo tipo de imprudencias a lo largo de los años, aumentando su obsesión y dejándose llevar por la avaricia una vez descubre el misterioso lugar (una suerte de útero infernal), costándole incluso vidas ajenas y poniendo en riesgo a su propia familia.
A raíz de un concepto mitológico abstracto por el cual una diosa originó (dio a luz, más bien) el universo, Tumbbad juega su gran baza, crear gracias a un magnífico trabajo de fotografía una atmósfera idónea de oscuridad y tinieblas, con rincones tétricos de tonos apagados y muy cercana al horror, que impregna los momentos más poderosos de la película, llegando en ocasiones a percibirse como de pesadilla.
Todas y cada una de las secuencias que se dan lugar en el interior de ese gigantesco útero maligno y su diabólico custodio de las monedas aportan una excelente sensación de portentosa irrealidad, destacable tensión y un muy acertado misticismo.
Incluso algunos segmentos aislados del resto del desenlace central se agradecen, pero no alcanza a ser un ejercicio equilibrado de interés en su totalidad, deshinchándose 3 o 4 veces en su árida sección intermedia (sobre todo en lo referente a su contenido más costumbrista), no siendo capaz de igualar sus impresionantes momentos álgidos.
Se agradecen sin duda los nuevos vientos procedentes del país asiático, y a buen seguro irán llegando cada vez más obras maestras. Mientras tanto, tratemos de disfrutar de estas peculiares muestras de un fantástico diferente, que sin llegar a ser perfectas, son realmente dignas e interesantes.
J.A.
The outlaws (2017) ha sido una de las sorpresas coreanas del año, gracias a una trama que combina el sobado y repetitivo thriller coreano, con el policíaco, aderezado con grandes dosis de humor. Un film sin pretensiones cuyo único objetivo es hacer pasar un buen rato al espectador.
En la película, Jang Chen llega de China y trabaja como prestamista en una sórdida zona de Chinatown en Seúl. Mientras tanto, Ma Suk-Do es un detective en dicha área. Él trata de mantener la paz, mientras que dos pandillas chino-coreanas luchan por el poder.
La factura técnica del film es impecable y una dirección de ritmo imparable donde no se rechaza ofrecer algún momento truculento marca de la casa. Pero el alma del film no es otro que Ma Dong Seok, actor que había aparecido en innumerables films como secundario pero que tras su carismática participación en la adrenalinica Train to Busan (2016) el hombre se encuentra en un momento dulce en su carrera y no es para menos aunque se esté convirtiendo en el Bud Spencer coreano. Su personaje, el del teniente de policía de dudosos métodos, cascarrabias y que a la mínima reparte cachetadas a los delincuentes se antoja divertidísimo. Una interpretación que hace que un film a priori de tono ya muy visto haga que suba el nivel hacia un producto notable y digno de verse.
The outlaws (2018) es una cinta muy destacable y entretenida, de ritmo endiablado y con ajustadas y acertadas dosis de humor, diversión y drama (que también tiene que haber en un producto coreano).
Redactado por Adrián Roldán
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