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martes, 21 de junio de 2011

FARAÓN (1966)


Sorprende de entrada decir que estamos ante una superproducción polaca que nos situa en el antiguo Egipto, pero es incluso mayor la sorpresa el comprobar que la minuciosa reconstrucción realizada casi consigue que uno se sienta transportado al Egipto de esos años.
La película arranca al final del reinado del faraón Ramsés XII, quien por varias razones (viejas tradiciones, la vejez, etc...) cada vez se deja aconsejar más por la casta sacerdotal en el mando del país. Su hijo, el joven príncipe Ramsés XIII (faraones ficticios en ambos casos), tiene muy claro que cuando suba al trono luchará por recuperar la hegemonía de la realeza frente al cada vez mayor poder religioso y político que tienen los sacerdotes de Amón.
Egipto empieza a tener serios problemas como son la pobreza de su pueblo y la creciente presión por parte de los Asirios que se están erigiendo como una seria amenaza, por lo que Herhor, el sumo sacerdote, empieza a tener tratos por su cuenta con los asirios para conseguir un tratado que se traduzca en una larga paz entre ambos pueblos.
No obstante, el trato incluye "ceder" Fenicia a los Asirios, de manera que ante una invasión por parte de estos últimos, Egipto no tomaría cartas en el asunto. Por su lado los fenicios no se quedarán de brazos cruzados y traman un plan para que ese tratado no llegue a firmarse nunca intentando aprovecharse de la juventud y las ganas de sacarse de encima el dominio de Herhor por parte del joven Ramsés, iniciándose así un interesante enfrentamiento a tres bandas que será la base de este fantástico film: el poder de la realeza / el poder sacerdotal / el poder del ejército. Entrando a analizar un poco en detalle, incidiré principalmente en la excelente ambientación que se hace del antiguo Egipto, lejos de las producciones Hollywoodienses que con un glamour irreal no lograban dar una imagen creíble de esa civilización, con Cleopatra teníamos unos decorados fastuosos o en Tierra de faraones se nos presentaba un Egipto bastante idílico, mientras que aquí destaca la sobriedad y austeridad de la puesta en escena, con la arena del desierto muy presente en todo momento, dando una visión más realista.
Para su rodaje se recrearon algunos templos y también se rodó en templos reales de Egipto, apareciendo incluso las mismísimas pirámides de Giza, logrando así una ambientación que en mi opinión se acerca mucho más a la que debía ser el antiguo Egipto.
El vestuario es otro de los grandes aciertos, parco y escueto muy en concordancia de los frescos conservados de esa época y que resaltan aún más con unas ornamentas cuidadísimas. Una fotografía donde predominan los colores dorados, los grises y los azules, ayudan a crear un look genuinamente egipcio y que nos mete de lleno en la historia.Ya desde la primera escena tenemos este choque entre realeza y religión, en la que unos escarabajos (recordemos que eran sagrados) se cruzan en el avance del ejército dirigido por el joven Ramsés y por Herhor (sumo sacerdote y a la vez el ministro de la guerra), éste último obligará a todas sus tropas a dar un largo rodeo para evitar pisarles, en contra de la opinión del príncipe, primero de los muchos enfrentamientos que tendrán.
Otro gran momento es el del eclipse, donde es quizás cuando más se ve el gran poder ejercido por los sacerdotes, aprovechando este fenómeno natural para hacer huír aterrados a una masa hambrienta que intentaba asaltar el templo, jugando con la ignorancia del pueblo para reforzar su posición (cosa que se ha practicado casi en toda la historia de la humanidad).
La preparación del cadáver del faraón Ramsés XII es curiosísima, se trata de una escena muy breve pero visualmente muy impactante con una narración como si de teatro Kabuki se tratara.
En el apartado técnico también hay que comentar el inteligente uso de la cámara, pues sabe situarla en medio de la acción en los combates, permitiéndonos tener el punto de vista de un soldado más en todo momento. Ese mismo juego de cámara se usa cuando avanzamos por el laberinto de la pirámide, consiguiendo transmitir una angustiosa sensación de claustrofobia.
Herhor y Ramsés en plena batalla dialéctica
Lo mejor de todo, sin embargo, son los diálogos, brillantes y bien estudiados para lograr que cada enfrentamiento verbal entre Herhor y Ramsés sea para enmarcar, llenos de sentido, profundidad e inteligencia, jugando con un ritmo de narración pausado pero para nada farragoso y que a mi entender reflejan el ritmo real de vida de entonces. Combinado esto con unas buenas interpretaciones de los actores que encarnan a estos dos personajes tenemos el duelo servido. Con una duración de 140 minutos (la versión completa duraba 180 minutos pero la censura hizo de las suyas) puede dar un respeto, pero no se hace pesada y uno ansía presenciar otro buen diálogo o disfrutar con las confabulaciones, traiciones y conspiraciones que salpican su metraje. Recomendada para todo amante del buen cine histórico y en especial de lo Egipcio, pues aquí tienen la oportunidad de ver tal vez la mejor recreación de esa civilización que se ha hecho para el cine.

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