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jueves, 11 de octubre de 2018

FESTIVAL DE SITGES 2018: SÁBADO 6 DE OCTUBRE (DÍA 3)

La primera piedra en el camino de este festival 2018 ha resultado ser la endeble ópera prima de un tal Tony West, cineasta con nombre de rapero cool, que nos arroja su híbrida y desafortunada propuesta, a medio camino entre Cazafantasmas y un mal episodio de Scooby-Doo.
Intrascendente, sin ideas y repleta de bobadas, "Deadtectives" (no sé si me gusta o no el título todavía), sigue a los responsables de un programa televisivo que ridiculiza lo paranormal solo por tener audiencia (de hecho existe uno en realidad, titulado "buscadores de fantasmas", que seguramente inspiró a West a cocinar este invento), pero al ver que peligra su show, acceden a ir a una mansión encantada en un remoto lugar de México. Los fantasmas que allí habitan, como era de prever, no son una farsa como hasta ahora.
Pues bien, contado esto, contado todo, pues es una mera excusa argumental para amontonar bromas frenéticamente, algunas lógicamente bien encajadas, pues el tema lo permite, pero en líneas generales bastante lamentables, pura diversión banal, pólvora mojada, sin ingenio ni cerebro.
Con un protagonista sobreactuado más su novia de regalo y un par de amigos cortos de entendederas dentro del pack, tenemos un cóctel que parece más bien el episodio piloto de una serie adocenada de aire británico, sin mayor recorrido y que a buen seguro funcionó mejor en la mesa de guionistas que en pantalla.

El cast, en una imagen promocional
Sin embargo, en mi afán de rescatar lo positivo de casi cualquier proyecto, trataré de extraer aspectos más acertados, como por ejemplo el diseño sorprendentemente espeluznante del fantasma de la muerte, los juegos idiomáticos constantes entre inglés/español o el tratamiento, desentonado pero en cierto modo respetable, de filmar correctamente el género sin que éste horrorice, rebajando tensiones y banalizando lo tétrico, tarea nada sencilla. No es un insulto a nadie, pero acaba siendo prescindible, casquería de festival.

Redactado por Jesús Álvarez


Había mucha expectación tras los primeros avances de Mandy, presentando una idea de base insuperable como es ver a un cada vez más desbocado Nicolas Cage, ensangrentado y motosierra en mano, enfrentándose a una secta pseudo-católica y demás criaturas del averno. Y así lo demostraba una kilométrica cola que daba la vuelta al Auditori Melià siendo poco más de las 8 y media de la mañana.
El resultado final, seguro que no era lo que esperaban exactamente muchos de los espectadores. Mandy presenta a Red (Cage), un leñador que vive alejado del mundo junto al amor de su vida, Mandy. Un día, mientras da un paseo abstraída, Mandy se cruza sin saberlo con el líder de una secta que desarrolla una obsesión por ella. Decidido a poseerla a cualquier precio, él y su grupo de secuaces invocan a una banda de motoristas venidos del infierno que la raptan, y en el proceso, hacen añicos la vida de Red. Decidido a vengarse y equipado con toda clase de artilugios, pone en marcha una matanza que deja cuerpos, sangre y vísceras allá por donde pasa.
El film está dirigido de manera muy personal por Panos Cosmatos, quien te introduce en una experiencia visual única y original que espantará o se adorará a partes iguales. Un estilo visual surrealista, un viaje lisérgico donde predominan ambientes con filtros rojos muy marcados y una sempiterna banda sonora a ritmo de una estruendosa guitarra eléctrica compuesta por el tristemente fallecido Jóhann Jóhannsson.
La obra se compone de dos partes muy diferenciadas. Una primera hora hipnótica, densa y lenta, situada mayoritariamente en una cabaña, donde Cage y su compañera son asaltados por la secta de tarados cristianos, ya que el líder de ésta, como he avanzado, dice sentirse maravillado y deslumbrado por la mujer del gran Nicolas.
Una primera mitad que cabalga entre la fascinación y el hastío con un tempo inesperado para el que se esperaba una fiesta gore con Cage masacrando villanos desde el minuto 1. En la segunda hora vemos la tan deseada venganza, donde los “Jesus Freaks” son masacrados. Es destacable la desagradable presencia de una especie de cenobitas motoristas del infierno que harán pasar un mal rato a nuestro anti-héroe.
Nicolas Cage sigue dándolo todo a nivel interpretativo, a pesar de encadenar bastantes films de muy dudosa calidad, y ofrece una interpretación intensa y pasada de vueltas (la escena del lavabo es gloriosa en ese sentido, con una botella de vodka siendo bebida como si fuera agua).


Mandy es irregular pero fascinante en su forma y estilo visual; logra trasladarte a un mundo tenebroso y al infierno de una forma literal gracias al poder de sus imágenes y la maquiavélica e inolvidable banda sonora, que funciona como una invocación al mismísimo demonio.
El resultado es curioso, hipnótico y cansino a partes iguales. La historia está mil veces vista y se antoja repetitiva, pero es en el poder de sus imágenes donde Mandy merece una oportunidad. Recomendable.

Redactado por Adrián Roldán


Las críticas previas anunciaban “el film que ha hecho renacer el cine de terror argentino”, entre otras lindezas. No puedo estar más en desacuerdo con esta muestra más bien justita de cine fantasmagórico, con muchos tics a Expediente Warren, el Japan Horror y la comedia argentina más descafeinada.
Aterrados (2017) presentaba todos los elementos para salir airoso: un prólogo espeluznante y efectivo, una buena ambientación con todo un vecindario siendo aterrorizado por presencias y maldiciones fantasmales y unos para-psicólogos que intentan detener la amenaza espectral.
Su punto fuerte (que el film entre en materia desde el minuto 1) es a la vez su punto débil, ya que nos encontramos con una película forzada, que no dedica tiempo a calentar a la audiencia, ni prepara un ambiente de terror incómodo, ni crea unos personajes mínimamente bien construidos. Todo parece artificial, desde esos para-psicólogos de postín que no se los cree nadie y claramente deudores de la ola Expediente Warren, hasta esos golpes de humor a la argentina que no paran de sacarte de la cinta (el momento cadáver del niño en la cocina es totalmente risible).
A su favor he de decir que Aterrados funciona como una montaña rusa de emociones y golpes de efecto constantes, un tren de la bruja de apenas 85 minutos con criaturas extrañas, fantasmas, sustos y sangre. Consigue varios momentos truculentos como el mencionado prólogo, las visitas nocturnas del extraño ente al vecino, o su descontrolada y efectiva recta final. Pero Aterrados no cambia ni la historia del género de su país ni la de ningún lado, siendo una obra pasable y divertida pero falseada y “sin sangre”.


Su director, Demián Rugna, ya lo dijo en la presentación pre-film: “Llevaba 9 años con esta historia bajo el brazo y nadie la quería, hasta que cuando por fin me la ofrecieron hacer, la realicé sin ganas”. Pues se ha notado.

Redactado por Adrián Roldán

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