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martes, 15 de noviembre de 2011

BIUTIFUL (2010)

Al mexicano Alejandro González Iñárritu siempre le he tenido un poco de resquemor y distanciamiento inusual, porque aunque haya demostrado su valía en varias ocasiones (21 gramos (2003), Babel (2006) o la muy interesante Amores Perros (2000)), la duración de sus films siempre ha sido abusiva, sobrepasando en casi todas ellas los 140 minutazos. El caso de Biutiful no es una excepción, ya que nos pasamos 150 minutos al lado de un personaje inmerso en un halo de angustia social y enfermedad terminal, y eso se acaba conviertiendo en un plato de difícil digestión para el espectador.
Uxbal (un majestuoso Bardem, como de costumbre) tiene la custodia de sus dos hijos y consigue pagar el alquiler de dos formas bien distintas; siendo intermediario entre chinos y senegaleses en su negocio de la piratería (bolsos, dvds y un largo etcétera) y aprovechando sus supuestas capacidades sobrenaturales para hablar con los muertos y así ganarse un extra en el tanatorio.
 

Se las apaña con sobornos para que la policía no se entrometa en esos turbios asuntos, salvaguardando la estabilidad de los inmigrantes a los que ayuda y demostrando un gran espíritu de justicia humanitaria que no es propia de un personaje tan sumergido en la sociedad como lo está Uxbal.
Su difícil existencia se ve afectada además por un cáncer terminal que le obliga a dejar todos sus asuntos zanjados y así poder asegurar minimamente el ya de por sí desdichado porvenir de sus hijos. Procurarles un hogar, tutela adulta y dinero suficiente se convierte en la obsesión del pobre Uxbal, del que seremos testigos de sus últimos días y viviremos con él la angustia de una situación trágica.El desgarrador relato del personaje principal es esencial para que el film funcione, y se consigue gracias a la maravillosa interpretación de Bardem, capaz como pocos de proyectar sólo con su mirada, la tristeza y desolación de la condición humana, desnudándose el alma y entregándose plenamente. Entraremos en una espiral de tragedia y desaliento como pocas, en una sucia Barcelona que muestra la cara más oculta de la ciudad y convirtiendo a esta desorganizada familia en algo muy cercano, palpable al espectador que se va hundiendo junto a ellos en esos problemas de imposible solución.
Iñárritu nos lleva al fondo del ser humano, de sus miserias y sus pesares, para darnos una muestra de lo que nos importa de verdad una vez llegado el momento de abandonar este mundo.
Detrás del absorvente trabajo de Javier hay una selección actoral muy novel que consigue ese nivel de credibilidad que pretendía y que cumple con creces su función. La batuta de un filosofal Alejandro Gonzalez además es firme y eficaz, de estilo demoledor y efectismo dramático constante, pero de absoluta brillantez y hermosa narrativa.
Una película que cala hondo al respetable, de fuerte fragancia multicultural y que acredita suficientes motivos para suscitar debate y levantar voces marginales de la sociedad.



Esa misma intencionabilidad por provocar amargas reacciones en el público puede convertirse en una experiencia tediosa para el de menos aguante, que la puede encontrar incluso pedante, debido a la cruda y directa filmación de marcada personalidad cinematográfica. No es mi caso, yo acabé la dura experiencia con un nudo en la garganta pero con ganas de saber más, por lo que me lancé directamente a los extras, descubriendo un suculento contenido que no se os puede pasar por alto. Se trata de un diario visual del propio Alejandro que repasa de manera muy reflexiva (incluso filosófica) su vivencia con el grupo, destacando por igual a todos sus implicados y demostrando una profesionalidad y tacto de alto nivel (su trato con los niños es excelente). Un tipo ejemplar y muy interesante, por descontado.
Definitivamente es un plato fuerte que necesita de nuestra máxima atención y concentración para poder meternos en pantalla. Pero una vez lo conseguimos, se nos olvida que sobrepasa las dos horas de metraje y viviremos una dolorosa vida ajena que remueve nuestra consciencia, y eso a veces, es necesario para posicionarnos en lo verdaderamente importante de nuestra existencia. Una propuesta amarga, cruda y reflexiva que ofrece la oportunidad a Javier Bardem a ser su propio antagonista del que fue su papel en Vicky Cristina Barcelona (2008), donde paseaba por una ciudad soleada y cálida con un porte bien diferente en condiciones bastante favorables.
En definitiva, un film de calibre complicado que se agarra fuerte a nuestra retina, que nos obliga a contemplar la miserable realidad de algunos desfavorecidos y que nos castiga nuestra sensibilidad hasta dejarnos exhaustos. Una experiencia cautivadora pero que nos rasga por dentro. Recomendable para quién necesite estimular su mente.

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