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sábado, 22 de octubre de 2011

PLÁCIDO (1961)

Ahondar en una película que está cargada de medallas resulta un atrevimiento por mi parte, pero debo ser honesto conmigo mismo y volcar mis sensaciones tras su visionado sin complejo alguno. Es innegable que el valenciano Luis García Berlanga poseía un enorme talento (fallecido el pasado noviembre de 2010) y también es indiscutible que sus obras cimentan el actual cine español, que su figura se considera un icono en nuestra cultura cinematográfica y que cualquier cronista del mundo del celuloide le venera sin vacilación.
Seguramente sea cierto que se adelantó a su tiempo, siendo lo suficientemente hábil como para colar sus ácidas obras por encima de la deleznable censura que otrora ponderaba en nuestra cultura. De todas formas, y sin perder de vista el valor que todo eso conlleva, intentaré transmitir mi humildísima valoración de este film (el sexto de su filmografía) con absoluta transparencia, sin entrar demasiado en su valor como documento cinematográfico.
Año 1960. Nos situamos en una pequeña ciudad provincial española (realmente filmado en Manresa), donde por Navidad, algunas burguesas se dedican a purgar sus hábitos clasistas celebrando un ritual muy peculiar llamado "siente a un pobre a su mesa", que como bien indica, trata de dar cobijo y pitanza a mendigos en Nochebuena, celebrando en compañía de gente pudiente y con calor hogareño de una noche tan especial. Plácido (Cassen) ha sido contratado para participar con su motocarro en la cabalgata del pueblo, pero coincide que ese mismo día vence la primera letra de su vehículo y debe darse prisa o perderá su única herramienta para ganarse la vida.
El consecuente enredo que provoca su aventura burocrática es el hilo conductor de este film que aborda con mucho ingenio un retrato social necesitado de comedias transgresoras, despertando consciencias a la vez que divirtiendo al personal.
Creo que su acertada pretenciosidad superó a los censores y no se dieron cuenta del mensaje que transmitía, con toneladas de sarcasmo y acidez social que arremetían sin compasión contra la cerrada estructura política nacional. Todo lo que encierra esa lección de cine es soberbia, pero es tal vez su manera de trasladarlo a la pantalla lo que no me enamora aún viendo su belleza incontestable. Hay maestría en los planos secuencia, exquisitos y arrebatadores, pero mi cansada retina no hace más que llorarme por ese abuso del concepto, llevado a tal extremo que se hace casi insufrible. Son tantos y tan apabullantes que malogran mi sentido del ritmo, quedándome en un batiburrillo de historias entremezcladas que de tan liosas, se hacen despiadadamente agotadoras. El espectador ha de estar plenamente atento en todo momento, convirtiéndola en una pieza fílmica de difícil contemplación y de máxima exigencia; o te entregas o no te enteras, por decirlo de alguna manera. Sin embargo, y siendo de esos que estaban muy atentos, la sensación de agotamiento ocular está presente por su inacabable estructura argumental, cargada de diálogos rápidos y cruzados, algo desenfrenados para lograr escapar del torpe censor, o eso quiero imaginar.
La dirección artística es un punto a destacar en esta película de Berlanga, ya que dentro de ese caos de guiones entrecruzados, hay un orden secuencial muy meritorio, sólo al alcance de directores talentosos como Luis, que supo darle ese toque de calidad tan extraño de ver.
Sin declararme admirador de su estilo, entiendo su proeza cinematográfica y respeto sus obras, pero no llegan a enamorarme ni por su estilo ni por sus formas, que me parecen ajustadas a una época y mal envejecidas. El retrato de nuestra sociedad en aquellos años queda perfectamente dibujada bajo la batuta del maestro, pero sólo será perfectamente admirada por los paladares más excelsos de nuestro cine (aquí un guiño a mi compañero Marc y sus bromas), ya que seremos incapaces de dar este plato a las generaciones que nos vienen, ajeno a degustar tal propuesta.
En conclusión, diría que es un admirable film, ácido y mordaz como pocos, que sabremos valorar en su justa medida gracias a nuestra experiencia vivida y nuestro bagaje cinematográfico, pero que conlleva un anclaje temporal con sus formas e imágenes, todas dentro de un marco nacional muy marcado.
Redonda y cómica, resulta un trabajo muy reconocible del autor, con todas sus estructuras personales a la hora de grabar y con la presencia de su reparto habitual.
Fue nominada al Oscar en 1962 como mejor película de habla no inglesa, pero el sueco Bergman se lo arrebató. Posteriormente fue estrenada en Cannes y laureada con otra nominación a mejor película, quedándose a las puertas de su galardón de nuevo.

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