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jueves, 9 de junio de 2011

LOS OJOS SIN ROSTRO (1960)

Christiane Génessier (Edith Scob) hija del eminente Doctor Génessier (Pierre Brasseur) es víctima de un grave accidente de coche, como fatal consecuencia, su rostro quedará terriblemente desfigurado, obligándola a partir de entonces a llevar siempre una máscara puesta para esconder las terribles cicatrices y a encerrarse en su casa ocultando incluso su existencia.
Su padre, obsesionado con lo que le ha pasado a su hija, traza un horrible plan para lograr la total recuperación de la belleza de la joven. Sin embargo los métodos utilizados por el inefable doctor y su servil ayudante Louise (Alida Valli), no serán otros que secuestrar a bellas jóvenes para arrancarles el rostro e intentar trasplantárselo a Christiane.
Esta es una extrañísima película de terror que a diferencia de muchas otras en las que abundan los gritos, las escenas gore y baños de sangre, sabe con elegancia generar un terrible desasosiego y tensión en el espectador a medida que va avanzando, sin necesidad de recurrir a esos elementos tan típicos. Su tramo inicial es fantástico, con una escena de una conducción de un coche que nos ocupa todos los títulos de crédito que ya pone de los nervios. Asimismo el arranque de la historia con un reconocimiento de un cadáver y posterior entierro ya nos meten de lleno en una historia que anda con un ritmo propio y muy alejado de los thrillers con asesinatos en serie, que suelen buscar el efectismo mediante giros bruscos o escenas chocantes.
La película hace un uso de un blanco y negro perfecto (a pesar de ya estar en 1960) y sabe jugar muy bien con la fotografía y los encuadres para lograr esta tensión que se respira en la mayoría de las escenas, y una atmósfera opresiva tanto en las escenas de interiores como en las exteriores.
Los métodos del trío protagonista, el Doctor, la terrible ayudante que con su aspecto inocente se encarga de engañar y hacer caer en una tela de araña a sus víctimas, y Christiane, ponen a prueba la dudosa moralidad de jugar con otras vidas para lograr sus objetivos. Sentimos lástima por las pobres chicas que caen en sus manos, pero también una gran pena por la pobre Christiane, una criatura frágil que vaga por la casa como una muñeca rota, tan destrozada por fuera como por dentro. Hay imágenes que te quedan grabadas, las escenas del quirófano secreto, con esos largos planos inmóviles de la cámara mientras vemos como van arrancando lentamente el rostro de una de sus víctimas o la manera lenta de moverse de Christiane por las habitaciones de la casa, como si de un fantasma se tratara, y con esa música repitiéndose una y otra vez (muy efectiva para acabar poniéndonos de los nervios). En cuanto a las actuaciones podemos decir que todos ellos están a un buen nivel, dando credibilidad a los personajes que encarnan en cada caso, aunque yo destacaría a Edith Scob, quien sabe transmitir el dolor que siente a pesar de llevar una máscara puesta todo el rato, con la dificultad que ello conlleva. El director George Franju refleja en esta película la fragilidad de la belleza y lo fácil que es su destrucción, consiguiendo un cuento de terror muy notable y recomendado para todo amante de este tipo de cine y que sienta curiosidad por descrubrir una obra que inspiró a muchas otras años después.
El director español Jesús Franco, haría una versión de la misma en 1962 titulada Gritos en la noche, pero claramente inferior al original francés, muy a su estilo. 
Pedro Almodovar para este 2011 nos presenta La piel que habito y que si no me equivoco mucho por lo que he podido ver, está clarísimamente inspirada en la de Ojos sin rostro, protagonizada por Banderas y Elena Anaya, por lo que no espero casi nada bueno de ella.

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