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sábado, 27 de octubre de 2018

EL APÓSTOL (2018)

Una de las apuestas fuertes de Netflix para este año también se hizo un hueco en la programación del festival, y pese a estrenarse el próximo 12 de octubre en la famosa y cada vez más robusta plataforma, era una buena ocasión para exhibir su potencial dentro de Sitges.
El director del aclamado y violentísimo díptico "Redada Asesina", el galés Gareth Evans, consigue esta vez financiación británica para presentarnos "El apóstol", un film alejado de lo que hasta ahora planteaba su cine, y así terminar de demostrarnos sus altos conocimientos sobre el medio, técnico y artístico, que requiere una obra como la que nos trae.
Ambiciosamente rodada, su nuevo trabajo exhibe sobre todo una fotografía espléndida de una isla remota donde, en el año 1905, una secta en crisis secuestra a la hija de un pudiente para, tras cobrar el rescate, superar la época de sequía y poder continuar con garantías en su pequeña comunidad de feligreses. El hermano de ésta, Thomas, tratará de colarse en la comunidad para encontrarla, con el peligro de muerte que eso conlleva, pues obviamente allí esconden un extraño secreto que pocos conocen.
Lógicamente, las películas que desmesuran su metraje para poder contar su historia (El Apóstol supera el par de horas) irremediablemente caen más a menudo en incongruencias de guion, agotamiento por parte del espectador o incluso pérdida de interés en las tramas que la forman, pese a lucir notablemente e incluso llamar nuestra atención en su bloque inicial, por lo general el más lúcido. La tortuosa narrativa de Evans nos convence durante su primera mitad, presentando personajes, situaciones y escenarios muy interesantes, situándonos en el lugar de manera concreta e invitándonos sin esfuerzo a empatizar con el asunto del secuestro (no tanto ya con el hermano, algo insípido y quizás desentonado debido a su rostro propio de un anuncio de perfumes).



Es pues en su bloque central donde, a pesar de permanecer todavía interesados, se rebaja mucho el efecto inicial, convirtiéndose en una película más sobre comunidades sometidas al gurú de turno que dice comunicarse con deidades. Con una factura más que notable, elegante trabajo sonoro y buena ambientación sin duda, pero lejos de ser recordada por nada más.
Si a eso le sumamos un segmento final, en mi opinión, chirriante por ambicioso y a veces fallido por alambicado, el resultado es, pese a los momentos sorprendentes de violencia propias del autor y un par de poderosas escenas (su llegada al pueblo, ese padre acorralando a su hija encinta..), un film interesante de indiscutibles aspectos técnicos pero carente de alma, casi nunca memorable y por momentos agotador.


Una apuesta llamativa para que conste en Netflix, y que seguramente funcione muy bien ahí, pero que el tiempo situará entre el grueso de producciones estigmatizadas que ni satisface al público general ni al que aprecia lo exquisito.

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