La producción de
Black friday se revela como un nuevo intento por parte de la Universal para
reinventarse y alejarse del estancamiento y
decadencia que sus franquicias de monstruos empezaban a experimentar con
proyectos cada vez más cercanos a la serie B y con unos estándares de
calidad que iban a menos de forma alarmante. Podemos apreciar para este
filme una sugerente mezcla de géneros que así lo demuestra, por un lado
manteniendo el toque de fantástico y ciencia ficción (más que de terror), pero añadiendo un ambiente cercano al del
cine negro tan de moda en esos años, incluyendo hasta la figura de la
femme fatale. Este último detalle es un cambio más que notable, pues hasta el momento en la
mayoría de obras de la Universal, la figura femenina era usada para las
convencionales historias de amor con final feliz o como propicias
víctimas del "malo" de turno y hacerlas gritar o exclamarse en los
momentos oportunos. Sin embargo, los estudios seguían teniendo claro que a la hora de
apostar por los protagonistas, lo mejor era tirar de referentes seguros
con actores reconocidos por el gran público y ampliamente conocidos en
la casa. De esta forma, este título a priori puede parecer un
nuevo enfrentamiento en la gran pantalla entre
Boris Karloff y
Bela Lugosi, como ya pasara anteriormente en
Satanás (
The black cat,
1934),
El poder invisible (
The invisible ray,
1936) o
El hijo de Frankenstein (
Son of Frankenstein,
1939) por citar algunas. Pero nada más lejos de lo que acabó suponiendo para ambos este film.
Karloff seguía teniendo una buena tirada y trabajando para diferentes estudios en películas del género de terror, mientras que
Lugosi ya había empezado a ver como la llama de su fama
se iba apagando a pasos acelerados, viéndose abocado a trabajar en
producciones cada vez más marginales merced de pequeños estudios. El
papel principal tenía que recaer en sus espaldas, pero antes de que se
iniciara el rodaje le fue entregado a
Karloff,
primera estocada para el actor búlgaro. Tampoco logró que se le
entregara el papel más jugoso que quedaba para encarnar al profesor George Kingsley, recayendo este a manos
de
Stanley Ridges, por lo que
Lugosi tuvo que conformarse
con un pequeño y residual papel de gángster que poco aporta a la
historia principal del filme, demostrando claramente que su estatus de estrella ya era cosa del pasado.
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Caminando hacia la silla eléctrica |
Volviendo al teórico enfrentamiento entre los que posiblemente fueron los más grandes actores del cine clásico de terror de los 30 y los 40, aquí
no llegan a compartir ningún plano, por lo que no podemos considerar
realmente que se trate de un nuevo duelo entre ellos y se debe
considerar como una operación de marketing el que fuera promocionado de esta
manera (solo hace falta ver el cartel original). La historia es presentada mediante unas breves secuencias -concisas y muy bien hilvanadas que sirven para ponernos en situación- en las que asistimos al recorrido del Dr. Ernest Sovac (
Boris Karloff) desde su celda hasta la silla eléctrica, haciendo una pausa para entregar su diario personal a uno de los periodistas presentes a la ejecución, el único según él que trató el caso con justicia. La lectura de sus notas nos adentrará en un largo flashblack que será el conductor de toda la historia que terminará por llevar al doctor a ser condenado a muerte. El otro gran protagonista del filme es el gran amigo de Sovac, el afable profesor de literatura George Kingsley (
Stanley Ridges), quien es mortalmente herido al ser atropellado por un coche en el que huía Red Cannon, el jefe de una banda de gángsters, quien también queda herido de gravedad con la columna rota. La inminente muerte de su amigo pone a Sovac en una encrucijada moral,
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El coche conducido por Red Cannon arrolla al profesor Kingsley dejándole al borde de la muerte |
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Sovac intenta despertar los recuerdos acerca del botín encerrados en el cerebro de su amigo |
pues para salvarle requeriría realizarle un trasplante de parte del cerebro, una operación que el doctor ya ha practicado con animales, pero evidentemente ilegal y amoral del todo en seres humanos. Es así como finalmente tomará la decisión de coger el cerebro del malherido mafioso para implantarlo en el cuerpo de Kingsley, manteniendo el secreto del método utilizado para sanarle. Ya de vuelta a la vida normal, con el profesor practicamente recuperado, Sovac descubre en la prensa escrita que Red Cannon huía del resto de su banda antes de tener el accidente tras haber escondido un botín de 500.000$. Es aquí cuando la ambición de Sovac se hará manifesta e intentará despertar los recuerdos de la parte del cerebro del mafioso trasplantada al tranquilo profesor para hacerse con el dinero. Sin embargo, lo que no podía esperarse es que será Red quien tomará esporádicamente el control del cuerpo en el que se encuentra, empezando así su particular venganza contra sus cuatro excompañeros de la banda, encabezados ahora por Eric Marnay (un
Bela Lugosi poco más que testimonial).
A diferencia de muchas de las producciones que la Universal realizó como continuación de las sagas más famosas de sus monstruos -véase la saga de la momia Kharis o las esperpénticas mezclas de monstruos junto a los "cómicos" Abott y Costello, por citar algunas-, aquí el guión es realmente sólido de principio a fin, resultando una película que consigue un notable equilibrio entre su vertiente fantástico-científica (el trasplante de cerebros, el despertar una mente en otro cuerpo...) y su innegable aroma de film noir (gángsters, venganzas, botines y femme fatale...), siendo un buen entretenimiento para sus poco más de 70 minutos, dirigidos con un vigoroso ritmo.
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Lugosi en un papel muy pequeño para lo que llegó a ser... |
Resulta curioso el papel desempeñado por
Karloff aquí, pues en cierta manera nos recuerda al que interpretaría años más tarde en
La zíngara y los monstruos (
House of Frankenstein,
1944) en el que encarnaba al Dr. Niemann, quien cumplía condena por trasplantar un cerebro humano a un perro. Siendo un tipo de papel en el que se vería relativamente encasillado a lo largo de su carrera, el del mad doctor. La gran diferencia es que aquí resulta un doctor que en origen no es maligno, sino que simplemente cae tentado por el dinero, apreciándose en su interpretación su inocencia al ser incapaz de controlar a Kingsley cuando su cuerpo es poseído por Red. Por contra da cierta lástima ver a un
Lugosi tan anónimo, en un papel de secundario que casi resulta intrascendente en la trama principal, más cuando podría haber dado algo más de juego. Aunque sería injusto decir que el buen trabajo desplegado en su doble papel (como profesor Kingsley y el mafioso Red Cannon) por
Stanley Ridges habría resultado igualmente convincente en manos del monocorde y limitado actor húngaro. Para la transformación de Kingsley a Red Cannon se contó con la colaboración del especialista en maquillaje
Jack P. Pierce -responsable de los grandes maquillajes de
El Doctor Frankenstein (
Frankenstein,
1931) o La momia (
The mummy,
1932) entre muchos otros clásicos de la Universal-, siendo notable la transformación física con unos ligeros retoques de maquillaje, un cambio de peinado y unas simples lentillas.
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La aparición de los fantasmas de sus víctimas acosan al profesor en plena clase... |
A lo largo de la película hay bastantes detalles en su plasmación en pantalla que la sitúan por encima de muchas producciones que los mismos estudios, ya no solo la consistencia de la historia, sino imágenes que hablan por sí solas, como cuando la cámara se fija en el paraguas de Kingsley destrozado en el suelo tras ser atropellado para darnos a entender el fatal destino del profesor; o cuando a Red Cannon se le aparecen los fantasmas de sus víctimas, mediante un efectivo truco de sobreimpresiones. La dirección corrió a cargo de
Arthur Lubin, quien años más tarde dirigiría el remake de
El fantasma de la ópera (
Phantom of the opera,
1943) para los mismos estudios, en la que se mostró mucho menos sugerente que en la obra que comentamos hoy y mucho menos aun que el gran clásico que interpretó en 1925 el genial
Lon Chaney.
Una película que recomendamos rescatar por lo desconocida que es y por el innegable interés que esconde.
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