Buscando restos con los que comerciar en la zona radiactiva |
La historia nos sitúa en los Estados Unidos en pleno siglo XXI, en el que el planeta se encuentra devastado por algún tipo de catástrofe nuclear, la humanidad a duras penas sobrevive como sociedad, cada vez más abocada a las restricciones, privaciones y más expuesta a enfermedades a consecuencia del mal estado del medio ambiente. Moses (Dylan McDermott) es un explorador que se dedica a viajar hasta la Zona Radiactiva buscando viejos restos re-aprovechables que pueda vender a alguno de los comerciantes de la ciudad, precisamente en el local de uno de ellos adquiere los restos de un robot a su regreso a la ciudad, y se los acaba regalando a su novia, Jill (Stacey Travis) que se dedica a hacer esculturas y obras de arte con este tipo de restos.Ninguno de ellos puede imaginarse que esas piezas pertenecen a un robot denominado M.A.R.K. 13, capaz de auto repararse y con unas inclinaciones asesinas más propias de un psicho-killer que de una máquina. De esta forma en el apartamento de Jill, el robot empieza a aterrorizar a todos los presentes, demostrando ser un engendro despiadado y muy eficiente a la hora de acabar con la vida de todo aquel que se cruza en su camino.
Llama la atención que en el cartel de la propia película se le pusiera la etiqueta de "Terminator de los 90", cuando pienso que casi no guarda ningún paralelismo con la obra de James Cameron. Mientras que Terminator nos contaba la revolución de las máquinas en el futuro y el envío de una de ellas al pasado con la finalidad de acabar con la vida de la madre del líder de la resistencia en el futuro, aquí descubrimos la existencia de los restos de un robot en medio del desierto, tratándose de un prototipo usado en alguna de las guerras que llevaron al planeta a la situación actual. Supongo que esto fue utilizado como gancho comercial y no hay que buscarle más explicaciones.
Escena gore con toque de viaje psicotrópico... |
De igual forma, durante el primer tercio del film estamos expectantes pendientes del despertar del robot, al imaginarnos que tiene que ser el punto en el que empieza todo lo bueno, no obstante una vez superado ese momento, tenemos muchas escenas carentes de ritmo entre ataque y ataque, haciendo que lastre enormemente la película en cómputos globales. Personalmente el mejor momento creo que nos lo regala el vecino obeso que espía a Jill con un telescopio desde su ventana, y su posterior visita auto invitándose a entrar, un personaje pervertido y desagradable pero que de verdad logra en los pocos minutos que sale, ganarse nuestras simpatías, una lástima que no tuviera un mayor protagonismo, pues de largo es el más destacable dentro de un reparto que en general no están muy acertados en sus interpretaciones, bastante planos, desganados e insulsos todos ellos, donde el amigo sonado de Moses, con las gafas de sol es patético.
A la derecha Richard Stanley y en medio Nacho Cerdá visitando la exposición robótica |
Haciendo ahora mismo la crítica y con el tiempo que ha pasado desde que la vi, me viene a la cabeza una mejor sensación de la que recuerdo en el cine, sobre todo en la parte final que entonces se me hizo realmente larga, donde la película puede llegar a parecer un viaje cargado de psicotrópicos y un tanto pretenciosa en su cierre, mezclando música operística con unas imágenes muy discotequeras.
Con todo es una película que resulta interesante para descubrir, a la que hay que valorar teniendo en cuenta su bajo presupuesto (alrededor de 2 millones de dólares), destacando sobre todo por esa ambientación malsana y que puede recordar un poco a la de Blade Runner (salvando las enormes distancias con ésta, claro), con una amalgama de géneros difícil de clasificar, a la que se le tiene que agradecer que se salga de lo previsible y convencional, y que vista en buena compañía puede ser toda una experiencia. Esto último os prometo que es innegable.
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