Bajo este inolvidable título se esconde la que continua siendo, literalmente, la película más sangrienta de todos los tiempos (tan sólo en la escena final, se gastaron más de 300 litros de sangre falsa) y a día de hoy es todo un referente para los amantes de ese género tan marginal como es el gore (me incluyo).
Todo da comienzo cuando un torpe zoólogo trata de llevarse a hurtadillas a una especie desconocida de mono en la isla de la Calavera (Skull Island, en honor a King Kong), el llamado Ratticus o peligroso mono de Sumatra.
Al parecer, el mordisco de ese macaco causa una gravísima infección de letales consecuencias para el hombre. El despistado científico será una víctima de ello, siendo descuartizado por los indígenas para evitar la propagación de su virus.
El macaco acaba viajando de todas formas a un zoo de Nueva Zelanda, donde es expuesto junto a otros monos, aunque en evidentes jaulas separadas, para deleite del personal asistente.
Paralelamente, conoceremos a Lionel Cosgrove, un inseguro solterón que vive a la sombra de su estricta madre, que es una mujer inaguantable y mandona que todo lo quiere controlar. Una visita al zoo de Lionel con la enamoradiza Paquita (la actriz española Diana Peñalver), provocará que el mono muerda a la madre de éste, que les espiaba desde los arbustos en un gesto de insultante sobreprotección.
A partir de ese momento, la mujer verá como su infección va creciendo hasta provocarle efectos aceleradísimos de putrefacción, cayéndosele la piel, las orejas o incluso los dientes, en una escena divertídisima de asquerosidad gastronómica o su posterior pitanza perruna que da nombre al film. La situación se complica aún más con la muerte de la señora Cosgrove y su insólita resurrección zombie, contagiando a quien se le cruza y comenzando así una orgía de muertos vivientes putrefactos en busca de nuevas víctimas. El amor de Lionel por su madre ocasionará que tenga a los muertos en vida escondidos en el sótano, esperando encontrar una solución al imposible problema.
Si además lo mezclamos con una peculiar historia de amor, el alboroto está asegurado, dando lugar a situaciones de enredo clásicas pero dentro de un nuevo contexto, el humor negro gore.
¿El resultado de todo esto?, pues un pastel de sangre y tripas que ahuyentará a los más sensibles (aunque cuentan que el mítico Lucio Fulci salió también indignado de la sala cabreado porque se bromeaba con el género), pero que hará relamerse a los más gamberros espectadores, amantes de lo estrambótico y lo bizarro sin limitaciones.
El responsable fue el neozelandés Peter Jackson, que tras su primer e inaguantable largometraje, Bad Taste, le sacó brillo a sus ideas y filmó este producto mucho más interesante que el anterior, sentando cátedra en su cometido sin lugar a dudas. Su apabullante festival sanguinolento de los últimos 25 minutos no tienen desperdicio, con desmembramientos por doquier y litros de sangre mientras Lionel los descuartiza a todos con su cortadora de césped, sin escatimar en brutalidades como decapitaciones varias y demás atrocidades cinematográficas.
Contiene algunas secuencias para el recuerdo dificilmente superables, ya sea esa en la que Lionel pasea al niño zombi cabezón por el parque (la preferida de Peter Jackson), el polvo entre el cura karateka y la enfermera degollada, el tío Les y sus hazañas cuchilleras o el monstruo final en el que se acaba convirtiendo la madre. Puro desfase de incontrolables consecuencias.
También hay lugar para los guiños en la cinta de Jackson. Aparte de la referencia a Kong antes mencionada, Peter llama Fernando al perro de Paquita intencionadamente.
La actriz española llamó la atención del director neozelandés por su papel en "El año de las luces" de Fernando Trueba, en su papel de Paquita, por lo que rindió su particular homenaje a ambos con su película. Personalmente el film, dentro siempre de su género, me parece una obra notable, de una personalidad cinematográfica muy atrevida y desvergonzada al límite, cosa que adoro y agradezco.
Por contra, y pese a ser divertidísima, la brusquedad de los planos, excesos de zooms y demás amateurismos cansan más de lo esperado y se autolimita a producto de videoclub irremediablemente.
Satisfará al incondicional sobremanera pero es plato demasiado fuerte para el resto de público, que la encontrara soez y vomitiva (de hecho, en algunos países regalaban una bolsa para vomitar junto al VHS).
En fin, terreno difícil para el espectador sensiblero de estómago débil pero un clásico para el osado amante de lo enfermizo. Ahí lo dejo.
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